
Las prisas del día a día, la presión en el trabajo, aquella sensación de necesitar un respiro, hacía que, todas las mañanas, a la misma hora, ella se encerrara unos diez minutos en el baño de la oficina. Respirar profundo unos minutos y dedicar tiempo a imaginar algo bonito era suficiente para darle fuerzas para continuar. Aunque esta vez se encontró con algo extraordinario.
– Hola, soy Capuchina, tu hada madrina.
– ¡Aaaah! ¡Qué horror! ¡Una cucaracha!
– Rara reacción la de la humana, debería haberme quedado en la cama.
– Y encima habla. Es una cucaracha mutante, no solo es fea, además es contestona.
– Señora, por favor, que sigo aquí, y si vine por algo es por ti.
– ¿Eres una hada madrina? No sois como yo os imaginaba.
– Antes éramos como vosotros o parecidos, gráciles criaturas humanizadas, con alitas de libélulas y varitas de cedro, al vernos pasar gritaban, “¡mirad, hadas!”, concedíamos deseos a nuestros protegidos, llenábamos de ilusiones las moradas, hasta que vino un gracioso que deseo; “convertíos en cucarachas”
– ¿Qué fue de las varitas?
– Nos la cambió por antenitas.
– ¿Y no estáis traumatizadas?
– ¿Vas a pedir un deseo o te quedas con las ganas?
– ¿Solo tengo derecho a uno?
– Solo uno y más bien pequeño, además, la magia no es mucha desde que somos alimañas.
– ¿Cómo de pequeño?
-Puedes desear que tu planta no se muera, que la cena esa especial no se convierta en salmuera. Puedes pedirme que te salgan tres números en la primitiva, o que tu jefe no te despida, una cosa sencilla, de andar por casa.
– Pues vaya piltrafa.
– La culpa de todo la tenéis vosotros, que pedir deseos tan ausentes de sentido, no solo tiene resultados horrorosos, también resta en el cometido.
– Pues vaya mierda. En fin, deseo…
-Un momento, porque primero…
– Al final habrá hasta que pagar.
– No es eso humana falaz, para que pueda conceder una regla tendrás que acatar.
– Pues tú dirás.
– Como en un cumpleaños, pedirás en secreto, y cuando lo tengas decidido, emitirás un soplido.
-Como la firma del banco, vamos.
-En las antenas tendrás que soplar para que tú deseo se vuelva verdad.
En forma de beso dirigió el viento de sus pulmones al peculiar insecto, se escuchó la melodía del polvo de hadas en el escusado. Y con una sonrisa esperó el resultado.
– No pasa nada.
– Seguro que has pedido una chorrada.
– Pues no, listilla, ¿ya te lo puedo contar?
– Sí, por favor, la curiosidad me iba a matar.
– Pedí que volvierais a vuestra forma original, al menos así no me quedaré con las ganas de ver un hada.
– Vosotros, los humanos, o sois sordos o atontados, ¿qué no entendiste de deseo pequeño?
– Bueno, cómo eres pequeñita …
– En fin, a ver qué pasa, la magia es escasa.
Ocurrió como la canción, las patitas de atrás se cayeron como hojas secas un día de otoño. Pero no se quedó así la cosa, del hueco que dejaron crecieron dos piernas dignas de una vedette, con medias verdes de duende irlandés. Le apareció un traje de campanilla y en la terminación de las antenas, una estrella, como la de las varitas.
– ¡Joder! ¡Qué pintas!
– ¡En fin!, hoy la mejor canción es la resignación.
Goldfrapp – Utopia
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