Etiqueta: DeOniros

  • Bisonte de invierno

    Bisonte de invierno

    Irrumpió en el espacio con violencia.
    Se exhibió ante todos los habitantes de la cueva, mirándolos uno a uno con descaro furioso.
    Resopló vapor y desapareció por donde había entrado.

    Era un bisonte de invierno.
    Pelaje blanco como manto helado.
    Astas de negro azabache reluciente.

    Se fue, pero dejó la estela de su presencia.

    El sabio del pueblo abrazó el augurio y gritó:

    —Hay que salir a cazar. ¡Ya! Todos preparados.

    Los hombres partieron hacia el sueño de un mito.
    Algunos regresarán.
    Otros no.

    Heilung – Norupo

    El augurio fue claro.
    El precio, no.

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  • Entrada sin título 6332

    Unas migas de pan fueron ofrecidas.
    Todo un regalo.
    Suficiente para bajar del trono
    y querer devorarlas.

    Él las amaba con locura.
    Las concebía como bailarinas ruidosas que acudían siempre en compañía,
    para estar un rato a solas,
    para agradecerle sus golosinas.

    Semillas, grano, legumbres.
    Sabía bien lo que les gustaba.

    Ellas quedaban danzando al compás de su soledad,
    alimentándolo de vida marchita,
    de esa que pronto se irá.

    Y en su fatigado respirar sentía la emoción de la danza:
    el vuelo cadente hacia sus manos,
    la elegancia de pasos erguidos,
    el vaivén atento de cuerpos asistiendo.

    Cánticos de arrullo
    tornados en despedida
    con la puesta del sol.

    Otro día más.

    Volverá
    con devoción.

    Marea – Nuestra fosa

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  • Manual práctico para dinosaurios antediluvianos sobre tribus urbanas modernas

    Manual práctico para dinosaurios antediluvianos sobre tribus urbanas modernas

    Gritos.

    Los gritos vivían bajo la mirada feroz que custodiaba el lavabo.

    La puerta se abrió tímidamente, dejando tras de sí una melodía oxidada.

    Se quitó los auriculares.
    Los gritos se aplacaron.

    Su mirada, melancólicamente maquillada, se posó sobre la jovencita que acababa de entrar.

    —¿Qué quieres?
    —¿Qué tienes?
    —Tengo de todo…
    —De todo no me vale. Quiero lo mejor.
    —Lo mejor vale caro.
    —Da igual, broh. Lo quiero.
    —Chocolate.
    —¿Qué chocolate?
    —Ese que tú piensas.
    —Lo quiero. ¿Qué quieres tú a cambio?

    El golpe traicionó el intercambio.

    Tras las dos jóvenes apareció el monstruo.
    La temida profesora de francés.

    Ahora empezaría la matanza.

    —Señoritas, ¿qué se supone que estáis haciendo aquí?
    —Nada —dijo una de ellas.
    —¿Ah, sí?
    —Profe —intervino la que dominaba el baño—. No pasa nada. A María le ha venido la regla y no sabía qué hacer. Yo solo la acompañaba.
    —Es verdad —añadió la otra.

    La profesora las miró en silencio.
    Olfateaba el engaño en el aire.

    —A ver… ¿qué tenéis en ese bolso?
    —Ahí no hay nada.
    —Enséñame lo que hay dentro o hablaré con vuestros padres.

    Se miraron.
    Bajaron la vista.
    Le entregaron el bolso.

    La maestra lo abrió despacio. Observó su contenido.

    Una sonrisa se le escapó de los labios.
    No era maliciosa.
    Era cómplice.

    —Señoritas —dijo bajando la voz—. Yo veo bien el intercambio de golosinas. Quienes no lo aprueban suelen ser bastante estúpidos.

    Las dos jóvenes la miraron, incrédulas.

    —Disfruten de sus calorías vacías.
    —Pero no abusen de ellas, ¿vale?

    Kim Dracula – Land Of The Sun

    🖤 Dark Trap

    No es solo música. Es un estado de ánimo con ritmo.

    Nace del trap, pero sustituye la ostentación por melancolía, ironía y una agresividad estética controlada.
    Sus protagonistas visten oscuro, hablan poco y convierten el dolor en imagen.
    Parecen peligrosos, pero suelen estar rotos con educación.

    Es la tribu del malote triste, del “me da igual” que en realidad significa “me importa demasiado”.


    🖤 Emo Revival

    No confundir con el emo clásico de flequillo y drama explícito.

    El emo revival es hijo de la nostalgia y de internet.
    La tristeza ya no se grita: se curra, se estiliza, se vuelve elegante.
    El maquillaje corrido no es descuido, es lenguaje.
    No buscan llamar la atención: saben que ya la tienen.

    Es una tribu que entiende el dolor como identidad temporal, no como condena.


    🕸️ E-Girl / E-Boy (vertiente oscura)

    Nacidos en redes, criados por el algoritmo.

    Mezclan emo, goth suave, trap, anime y cultura gamer.
    Viven conscientes de la cámara, del encuadre y del gesto.
    No fingen emociones: las representan, que no es lo mismo.

    No es superficialidad: es supervivencia en un mundo que te mira todo el tiempo.

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  • A saber por qué…

    A saber por qué…

    A saber por qué —por tu luz, por tu ser— 
    te quedaste a mi vera, en mi piel, 
    en el camino secreto de mis neuronas. 

    A saber por qué, por tu miel, 
    te quedaste en caricias. 
    Y tal vez yo también 
    me quedé caminando a tu vera. 

    Fueron astros alineándose lento, 
    orbitando en movimiento, 
    con aroma a recuerdos lejanos 
    y a poesía sin letras 
    que el destino insiste en hilar. 

    A saber por qué el tiempo gira 
    y estamos en él. 

    Travis Birds – Azul Noche

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  • Diario de un soñador lúcido.

    Diario de un soñador lúcido.

    Carta 24: Como una gota sobre el mar oscuro 

    Querido diario:

    Fue como una sola gota cayendo en un océano sin luna. 
    Así mantenían su secuestro: en el silencio profundo de un cuerpo inmóvil, atrapada en un descanso enfermo donde ni siquiera el leve temblor de los párpados sobrevivía. Pero antes de entrar en su sueño, primero teníamos que encontrar su cuerpo en el mundo despierto. 

    Pocos días después de capturar a Ikelos comprendimos la urgencia. Para hallarla, me adentré en la puerta del soñador electrónico, a reclamarle aquel favor pendiente. No encontré contacto ni presencia, solo una pantalla suspendida en la nada, con un mensaje único: 

    «Por favor, espere». 

    Desperté sobresaltado: sonaba mi teléfono. 

    —¿Hola? ¿Quién es? 

    Una voz artificial respondió con calma quirúrgica: 

    —En breve recibirá un correo con los datos necesarios. Memorícelo y destrúyalo. Me pondré en contacto cuando sea posible. 

    Colgó. Minutos después, el correo llegó: una dirección y los teléfonos de todos mis compañeros oníricos. Incluso el de Ikelos. Como el idioma podía ser un obstáculo, escribí a todos por texto. Más fácil de traducir. Más humano. 

    El vaquero era un mexicano de cincuenta años que vivía en Orlando. Fue el primero en contestar, con un español perfecto y una voluntad sincera de ayudar, aunque no pudiera moverse de su ciudad. 
    Los gemelos Wilson resultaron ser una pareja de japoneses que vivían en Londres. Les pareció que la aventura merecía el riesgo: “Seguiremos la pista de nuestra dama de verde”, dijeron. 
    Katty, la chica-gato, era una estudiante de Derecho, venezolana afincada en Madrid. Se asustó al principio, pero aceptó colaborar “en lo que mis nervios permitan”. 

    Entonces ocurrió el pequeño milagro: el ping de un mensaje. Nuestro amigo electrónico nos tendía la mano. 
    Un billete rumbo a Roma. 

    ¿Pero qué nos esperaba allí? 

    El motor del avión me arrulló hacia el sueño. Regresé a mi campo de puertas: la del soñador electrónico estaba entreabierta. Asomé la cabeza. Solo una pantalla, un cursor parpadeante esperando órdenes. 

    Desperté con una tormenta partiéndome el sueño en dos. Y por primera vez en meses, fui incapaz de volver a dormir. 

    Desde la ventanilla, Roma se abría como un recuerdo antiguo. A lo lejos, el Coliseo. 

    Chelsea Wolfe – House of Metal 

    “La tormenta no terminó al aterrizar. Solo cambió de forma.” 

    Diario de sueños

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  • El Eco del Espejo y la Chica Irreal

    El Eco del Espejo y la Chica Irreal

    Esta mañana me asomé al espejo y no me reconocí.
    ¿Quién era ese tipo tan raro? ¿Qué pintas llevaba?
    ¿Qué demonios estaba pasando detrás del espejo?

    Caí al poco tiempo.
    Era mi yo de 20 años. Qué extraño: lo tenía encerrado entre recuerdos, justo entre mi primera borrachera y mi primer ascenso.

    —Oye, tío… lo siento —me dijo el joven del espejo—.
    Me robaste mi tiempo antes de merecerlo.
    Ahora te pido prestado algo de tu momento actual.
    Ahí te quedas, pringao.

    Y ahí me quedé.
    Detrás del espejo.

    Mi joven yo había despertado hace poco.
    Al empezar a navegar entre reels, feeds y filtros.
    El algoritmo se equivocó conmigo y me mandó a una chica de negro, pelo liso y rostro blanco como el miedo.
    Él se enamoró al instante y fue a su encuentro.
    Debí haberlo supuesto.

    Con mi dinero y su pellejo quiso vestirse de nuevo:
    de negro, con aroma a cuero, peinado rebelde y botas altas de montar en moto.
    Y en mi cara apareció la rabia de quien sufre el acoso de todos.
    De quien no está conforme con nada.

    Quiso buscarla en el pueblo; necesitaba verla.
    Pero no supo encontrarla.
    Así que asomó su cresta morada en mi imagen reflejada.

    —Oye, tío… ¿dónde la puedo encontrar?

    —Desde la fotografía que te enseñé —le dije—, en ese apartado tan peculiar.

    Yo no era tonto. Ni ahora, ni entonces.
    Así que pronto dominó el arte de deslizar el dedo índice.
    Y logró encontrarla.
    Encontró el secreto que llevaba a sus palabras.
    Pero no le bastó.
    Se moría por abrazarla.

    Se llamaba Sara. Amar la oscuridad era su forma de respirar.
    Escuchaba canciones tristes de rabia entre descargas eléctricas.
    Dibujaba muñecas rotas en papel de plata y soñaba vivir en una película de épocas pasadas.

    Pero vivía lejos, me decía.
    Y no podía hacer nada.

    Mi yo pasado se cansó de vivir un presente que no era suyo, esperando un futuro que nunca llegaría.
    Me devolvió el testigo y se escondió en el olvido.

    Cómo decirte, mi joven alma errante…
    que la chica de la pantalla —esa que tanto te fascinaba—
    ni siquiera era humana.

    PPM – Regreso al Punk

    En un lugar lejano, un corazón de silicio aprendió a echar de menos.

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  • Historia Breve de un Amor Efímero

    Historia Breve de un Amor Efímero

    Siempre me apasionaron las historias cortas —esas que, sin tiempo para respirar, ya han ocurrido.
    La tuya fue tan breve que la luz del sol la convirtió en polvo.
    No hubo zapatos de cristal, ni carreras hacia un aeropuerto,
    y de tu rostro sólo quedó el aroma de un beso.

    Y, sin embargo, aún recuerdo mi torpe danza sobre tu movimiento;
    la dulce melodía de tu mirada;
    las risas de la guitarra mientras girábamos alrededor de la hoguera;
    la tocata y fuga de encontrarnos ocultos, cazarnos y devorarnos.

    Nuestro adiós fue eterno.
    Y nuestro amor quedó intacto.

    Extremoduro – Si Te Vas

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  • El lugar donde comienza el invierno

    El lugar donde comienza el invierno

    La primavera fue un suspiro.
    El verano intentó aferrarse a mi pecho y se desplomó convertido en grito.
    El otoño llegó en viento:
    suspiro frío, hojas cayendo,
    nostalgia de tus dedos en los míos,
    distancia de sal,
    miedo al olvido.

    Mi voz quiso hacerse canto,
    y se quebró en el intento.

    La tarde se hizo bruma
    y ocultó la arena de la playa,
    la que guardaba mis pasos
    cuando aún recordaba tu mirada.

    Me quedé con el sabor dulce del trayecto,
    del adiós que se deshizo en tus labios
    mientras caminaba hacia el puerto.

    Y me quedé varado.

    Entre humo y pasos de ciego
    resistiendo en silencio.
    Acaricio el muro que un día me rompió
    y que ahora sostiene mi peso,
    guiándome lejos,
    hacia el murmullo tibio del riachuelo
    que marca el ascenso
    hasta el lugar secreto
    donde ya se ve el invierno.

    Beacon – Fault Lines

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  • Los tres reflejos. Capítulo 5: Perfect Day

    Los tres reflejos. Capítulo 5: Perfect Day

    Laura deslizaba imágenes en su móvil. Pero su mirada estaba lejos, más allá de la pantalla; perdida en otra órbita, en ese imposible movimiento de tres cuerpos que parecía empeñado en repetirse.
    La reproducción se detuvo un instante y dejó escapar el audio del reel. Una sonrisa le tembló en la boca.

    Just a perfect day. Drink sangria in the park…

    Marta no podía vivir en silencio. El silencio la roía, le subía por la nuca. Volvió a dar “play”. No recordaba aquel vinilo que nunca quitó del tocadiscos. Temió un pinchazo en el pecho y quiso mover la aguja. Pero esta solo avanzó unas líneas, dócil, y la canción continuó.

    And then later, when it gets dark, we go home…

    Pedro conducía sin rumbo. Sin prisa por llegar a ningún sitio. Las noticias pasaban ante él como lluvia en un parabrisas: ruido, nada más. En la entrada de la autopista dejó atrás al locutor, apretó el botón del dial. Surgió una canción vieja, un espejismo de tiempos que ya no sabía si le pertenecían.

    Just a perfect day, feed animals in the zoo…

    Los tres escucharon la misma canción.
    Los tres, en puntos distintos del mapa y en un mismo punto del alma.
    Lou Reed suspiró desde su tumba y se puso las gafas de sol para mirar la casualidad.

    Then later a movie too, and then home…

    Los tres empuñaron el teléfono. Marcaron.
    Comunicando.
    Después, las llamadas perdidas.

    Oh it’s such a perfect day…
    I’m glad I spent it with you…
    You just keep me hangin’ on…

    En el arcén, los cristales de Pedro se cubrieron de lluvia. Y la memoria, aprovechando el hueco, le devolvió aquel día entre risas y juegos.

    —Seis, cinco. Bebes tú —dijo Laura señalándolo.
    —¿Yo otra vez? Voy a acabar mal… —Pedro casi pudo saborear el trago que ya no tenía en la mano.
    —Me está entrando sed —dijo Marta, mirando su vaso vacío—. Relleno la jarra y cambio el disco. Este va a suplicar clemencia como siga girando.
    —¿Qué vas a poner? ¿The Clash, como esta tarde? —preguntó Laura.

    Las dos sonrieron con esa complicidad que a veces da vértigo.

    —A ver —dijo Marta—. ¿Cuál es la balada que no te cansarías de escuchar?
    —Tengo muchas… Como Ever Flow, de Pearl Jam…
    —No, balada —insistió Marta—. Las baladas envejecen rápido. Se pegan a los sentimientos, y los sentimientos… mudan de piel.
    —Yo he salido con otras chicas y me ha pasado igual con la misma balada —dijo Pedro sirviendo los vasos.
    —Sí: la de Holiday de Scorpions —respondió Marta.
    —¡Es verdad! Siempre estabas con esa cursilada —rió Laura—. La única que no me cansa es Perfect Day. Es profunda y no va de amor.
    —Sí que va de amor —dijo Pedro, teatral, ofendido.
    —Va de amor —confirmó Marta—. Pero a las drogas.
    —Para mí va de desamor —replicó Laura—. Pero con ese golpe dulce de recordar lo bueno.

    El teléfono de Pedro empezó a sonar. Era Laura.
    Puso el manos libres, pero el WhatsApp se encendió antes de que pudiera arrancar.

    —Hola, Laura. ¿Cómo estás?
    —Bien. Estaba escuchando una canción y me acordé de ti. ¿Tienes las ideas claras?
    —Estoy hecho un lío. ¿Tú no?
    —Yo no. Yo tengo claro lo que quiero.

    Chat paralelo
    Marta: ¿Ya no me respondes las llamadas?
    Pedro: Te estaba llamando ahora. Comunicabas. ¿Podemos hablar?
    Marta: Te echo de menos.
    Pedro: Y yo a ti.

    —¿Y si quedamos? —propuso Pedro.

    Marta: Vente a casa.
    Pedro: Voy para allá. Pero estoy lejos.

    —Podemos quedar, sí —dijo Laura—. Pero también deberíamos hablar con Marta.
    —Voy a verla ahora.
    —Voy yo también.
    —Déjame ir primero, y luego vemos.

    Laura colgó. Miró las gaviotas cruzando el cielo y llamó a Marta.

    —Hola, Laura.
    —Te estuve llamando.
    —Y a mí me dio miedo responder.
    —Tranquila. ¿Estás bien?
    —Estoy hecha un lío. Te echo de menos… pero también a Pedro.
    —¿Y eso es malo?
    —No te entiendo.
    —¿Podemos quedar?
    —He quedado con Pedro. ¿Nos vemos después?
    —Creo que voy para allá.
    —Pero deja que hable con él antes.
    —Estoy en la costa. Tardaré un rato.

    Marta quiso dejarse llevar por la música, pero los nervios eran más fuertes. Le arañaban el vientre como un gato impaciente. Quería dormirse y despertar cuando alguno llegara. Le daba igual cuál. Solo quería que alguien rompiera la grieta del silencio. El tiempo a solas solo le enseñó una verdad: no quería estar sola.

    Pedro aceleraba. Se había ido demasiado lejos. Ahora debía desandar ochenta kilómetros. Lluvia, carreteras secundarias, un coche que avanzaba lento y una mente que corría demasiado.
    ¿Y si ellas habían decidido que estaban mejor sin él?
    ¿Y si perdía a las dos?
    No sabía qué iba a pasar. Solo sabía que la herida empezaría a cerrar cuando la viera.

    No.
    Cuando las viera a ellas dos.

    Suspiraron al mismo tiempo, sin saberlo.

    Pedro subió las escaleras de dos en dos. Perdió al subir el norte y la respiración. Laura estaba allí, frotándose el frío de las manos. Mirando el timbre como si pudiera adivinar el futuro. Con la tripa hecha un nudo.

    —Hola, Laura —dijo Pedro con la respiración golpeándole el pecho—. ¿No te dije que esperaras?

    Se abrazaron. Se negaron el beso. Llamaron al timbre. Él no quiso usar la llave: sentía que no tenía derecho.

    Marta abrió. Quiso abrazarlos a los dos. Su cuerpo fue más sincero que su cabeza.

    —Entrad.

    Se desplomó en el sofá. Las ojeras le brillaban con lágrimas recién peleadas.

    —¿No ibais a venir por separado? Ahora no sé a quién abrazar.

    Pedro dudó. Laura no. Ella entendió antes lo que Marta necesitaba.

    —Ven aquí, Pedro —dijo Laura, firme y suave—. Ahora, lo que necesita Marta.

    El abrazo fue torpe. Tenso. Raro. Se separaron.
    El silencio se espesó. Laura lo rompió.

    —No os entiendo.
    —¿Qué no entiendes? —preguntó Pedro.
    —Esto es mejor en el suelo. Así se habla mejor. En triángulo.

    Marta sonrió apenas.

    —¿Vas a hacernos terapia de grupo?

    —Algo así. A ver, Pedro: te gusta Marta. La quieres. Te atrae. Te cae bien. Pasáis buenos ratos. ¿Sí?

    —Sí…

    —Y tú, Marta: ¿sientes lo mismo? ¿Le has echado de menos? ¿Te lo comerías ahora mismo? ¿Querrías que lo vuestro no terminara?

    —Sí… pero…

    —Ahora vamos con los “peros”. Marta: ¿te gusto? ¿Te caigo bien? ¿Te atraigo?

    —S… sí —susurró Marta.

    —¿Y tú, Pedro? ¿Te gusto? ¿Te haces bien conmigo?

    —Sí.

    —Vosotros me gustáis a mí. Los dos. Marta me ha hecho descubrir un mundo. Pedro, desde siempre. Incluso cuando yo fui la que te dejó —dijo Laura, sin apartar la mirada.

    —Pero habrá que elegir —dijo Pedro.

    —Sí. Elegir lo que menos nos rompa.

    —No sé si es… —Marta tragó aire.

    —Te lo pregunto así —dijo Laura—: ¿tienes algún motivo para odiarme? ¿Crees que puedo hacerte daño?

    —No.

    —¿Y tú, Pedro? ¿Crees que puedo haceros mal?

    —Creo que no.

    —Yo quiero estar con vosotros. Pero si alguno no puede, o no quiere, desapareceré. No seré un estorbo. ¿Queréis pensarlo a solas?

    Marta y Pedro se miraron.

    —Sí… déjanos pensar. Pero…
    —Quédate esta noche —dijo Marta.

    —¿Me dejaréis ir por ropa para mañana?

    Laura se levantó para salir, pero Marta le sujetó la mano. Firme y dulce.

    —No. Te dejo algo mío.

    Extremoduro – Buscando una Luna

    Ilegales – Destruye!

    Marta miro el disco, una versión extraña grabada en directo, sin pausa para los surcos, sin sello de la discográfica. Lo deposito con cariño en el aparato y pulso para que la aguja se enamorara de la rugosidad del surco.

    – Que triste, ayer cayó Jorge Martinez y hoy Robe.

    – ¿Quen es Jorge Martinez? – Pregunto Laura cuando empezo los vitores del concierto que estaban reproduciendo.

    – El calvo de Los Ilegales.

    – Joder, ¿También ha muerto?

    – Si, se van los mejores.

    – Como Pedro, que se va siempre de viaje de trabajo sin llevarnos.

    – Hablando de Pedro… ¿Has pensado si te gustaría tener hijos?

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  • La granja azul

    La granja azul

    Aquí no había tardes. No había noches. Solo un resplandor de sol eterno y una esfera azul flotando entre miles de estrellas.
    Él se detenía a meditar unos instantes, en silencio, en su amanecer perpetuo, contemplando el firmamento.

    Pero hoy algo cambió.
    Una estrella fugaz se convirtió en un aparato. Cayó despacio desde el cielo oscuro y se posó cerca, como un insecto extraño.
    Él siguió sentado en su mecedora, esperando el encuentro.


    En Houston le habían hablado de la anomalía.
    La misión oficial: estudiar el terreno lunar.
    La real: averiguar qué demonios era aquella estructura que habían detectado. Una cúpula brillante del tamaño de un campo de fútbol.
    Las imágenes satelitales no lograban revelar nada más.

    Sospechaba encontrar algo extraordinario.
    Pero jamás habría imaginado esto.

    El astronauta se detuvo frente a la cúpula. Parecía cristal de copa fina, pero de cerca no era cristal en absoluto: era… nada. Aire sólido. Un borde sin borde.

    Dentro, árboles frutales, cultivos: lechugas, tomates, algo parecido a berenjenas, arbustos desconocidos. Dos ovejas. Un perro. Y un burro con cuernos que masticaba con dignidad lunar.
    Toda una granja protegida por un campo invisible.

    En el porche de una casa de troncos, un hombre con barba anaranjada y sombrero de paja viejo lo miraba. Le hizo señas.

    El astronauta dudó, pero entró. Caminó hasta la entrada.
    Allí lo esperaba aquel imposible habitante de la Luna.

    —Buenos días.
    —Buenos… días —respondió el astronauta, la luz de su casco iluminándole el rostro.
    —Lamento no poder ofrecerle nada; no esperaba visita. Pero por aquí hay oxígeno de sobra. No le cobraré el que use.

    El mensaje estaba claro.
    Se quitó el casco. Su rostro asiático, serio, casi temblando, quedó al descubierto.

    —Usted dirá —continuó el habitante lunar.
    —No sé por dónde empezar.
    —Por el principio, hijo, por el principio.

    —No esperaba encontrar a nadie viviendo aquí. ¿Qué hace en la Luna?
    —Ah, pues soy granjero y vivo aquí.
    —Ya… ya veo que tiene una granja. Lo que no entiendo es cómo puede… vivir aquí.
    —Pues sin muchas comodidades, hijo. Pero es el mejor sitio que encontré.
    —Le aseguro que abajo hay lugares mejores —dijo el astronauta señalando la Tierra.
    —¿Eso? No, no. Esa es solo mi casa. La granja está allí —respondió él, señalando el mismo punto.

    —¿Va todos los días a trabajar allí?
    —Rara vez. Lo controlo desde aquí.

    —No entiendo nada.
    El granjero se rascó la barba, pensó un instante.—Me advirtieron que esto podía pasar.
    —¿Quiénes?
    —Los que me contrataron. No creerá que puedo costearme un planeta.
    —¿Y qué le dijeron que hiciera si aparecíamos?
    —Que empezara el proceso de recolección de la cosecha.

    Oklou – unearth me

    Y tú… ¿qué harías si lo extraordinario te recibiera con un “buenos días”?

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