
Ese olor. A grito, a sal de lágrima.
Me despertó ese aroma a pasión lejana. Salté de la cama con el verso puesto en la sombra del horizonte y, corriendo, escapé de mi hogar dispuesto a seguir el rastro.
La siesta me había sentado bien. La energía la gasté en llegar y trepar. Mientras la luz se despedía en el confín del cielo, yo transformaba mis palabras en gruñido. Cansado de trepar, llegué al lugar correcto: una cabaña que ya conocía de algo.
El sol cayó.
Empezó el juego.
Arañé la puerta por no poder tocar en ella. Se escuchó el rumor de bisagras viejas y salió ella.
—¿Otra vez tú? —dijo en media sonrisa.
—Creo que quedaba algo pendiente de la última vez… —gruñí yo.
—Veo que estás cambiando.
Efectivamente, cambiaba. No sabía por qué.
—Espera.
Ella salió corriendo, rumbo a la luna llena que apareció en el cielo: azul como sus ojos, gris como mi miedo. El frío me envolvió. Quise correr hacia ella, pero mis piernas temblaban de pasión. Y yo con ellas. Derrumbándome en el suelo, ardiendo por dentro, con mi piel hirviendo, transformándose en algo que no alcanzaba a soñar.
Mis huesos se separaron, mi mandíbula se alargó, mi mirada se hizo fiera y mi espalda se arqueó.
Conseguí incorporarme; usé mis manos para caminar. Pero ya no eran manos. Sentí el viento en la cara y arranqué a correr. O a trotar. O a aquello que hicieran las criaturas oscuras que les permite avanzar.
Y allí estaba ella. Pero ya no era mi caperucita. Ella también había cambiado. Así que, rodeándola, gruñéndole, avisando a la luna de que ya éramos suyos, fuimos a la caza, fundiéndonos en la sombra del bosque. Ocultándonos de la luz, pasamos la noche.
—Despierta, gandul.
—¿Dónde estoy?
Amanecí entre reflejos del sol, frente a una ventana ancha. Me sentía lleno, pleno, ferozmente sano. Nada que ver con días atrás y las heridas de oso.
—Estás en mi casa. Anoche nos lo pasamos genial.
—Recuerdo poco. ¿Cazamos?
—Sí, pero no te preocupes. Nada humano.
Dejé caer un suspiro. Otro más cuando me miró a los ojos.
—Tendré que enseñarte a ser tú.
—¿Y si el miedo me puede? ¿Me dejarás?
—Nunca. Ahora somos manada.
The Cramps – I Was A Teenage Werewolf
Y cuando el sol asoma, los cuerpos descansan,
pero el alma sigue despierta.
En los ojos de la manada aún brilla la noche,
y bajo la piel domesticada
late la promesa del bosque:
volver a ser lo que fuimos
cuando la luna nos llamó por el nombre verdadero.
Completa el ciclo de la luna

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