Sueños y batallas contra las sombras

Querido diario.
Armado con el recuerdo del mejor bizcocho que hubiera hecho mi abuela, me dispuse a hacer una visita. Su puerta estaba marcada de verde, resplandor de su mirada. Quise asegurarme de estar presentable, así que, antes de entrar, conjuré de mi vida aquel traje de marca que usé en una boda.
Traspasé la puerta y caí en una selva salvaje, digna réplica del Amazonas. El rumor del río y el aullar del saraguato componían la samba de la naturaleza. Una grieta oscura amenazaba con partir el radiante paisaje en dos.
Sospechaba lo que ocurría, me lancé a adentrarme en ella. Llegué hasta la zona rota, donde las plantas enfermaban con la presencia de un resplandor oscuro. Quise abastecerme con la energía del terreno, fabricar algún arma de luz con la esencia de este sueño. Pero no estaba su dueño para permitírmelo; solo logré un pequeño tirachinas de cuero que disparaba destellos.
Aun así, me adentré en el territorio oscuro. Manchándome los zapatos de humo y de alquitrán, llegué a una fisura humeante de donde salían espectros negros. Disparé a dos de ellos, haciéndolos convertirse en polvo que manchaba el terreno. Los demás advirtieron mis disparos y avanzaron rápido hacia mí.
Me rodeaban ya una docena de engendros oscuros cuando la luz, en forma de diosa con vestido verde, saltó a mi rescate. Llevaba en la mano una especie de espada luminosa, al más puro estilo Jedi. Con ella desintegraba a las horribles criaturas. En poco tiempo había despachado a todas y empezaba a cerrar la brecha oscura también a espadazos, como si bordara el cielo con una centella.
—Quise rescatar tu mundo y al final mi heroína fuiste tú.
—Todavía te quedan trucos que aprender. ¿Viniste a devolverme el pastel?
—Sí, algo así.
—Y totalmente desarmado.
—Bueno, pero me cargué a dos con…
—Tienes que crearte un equipo con la materia de tus sueños.
—Eso hice, me vestí para ir a verte.
—Estarías muy guapo, pero ahora estás todo manchado. ¿A que cada vez que me ves tengo un traje parecido?
—Sí, siempre vas de verde.
—En verdad no.
Dijo ella pasándose la mano por el lateral del vestido. Tras su gesto, la prenda cambió de color: morado, rojo, amarillo, hasta volverse negro mate como las criaturas que combatimos.
—¿Y dónde puedo comprar algo así?
—Aprenderás a hacerlos.
Coil – Ostia

Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.