Portal resplandeciente.

Del otro lado lo esperaba un bosque imposible. Los árboles tenían cortezas de cristal, y las hojas, al caer, se convertían en pequeños peces de aire que nadaban alrededor de su rostro.

—Cálculos completados, profesor.
—¿Coordenadas correctas?
—Margen de error: 1,27 metros.
—¿Y la unidad móvil inteligente?
—Sobrevolando la zona.
—¿Podemos comunicarnos con ella?
—Sí, pero con un desfase de treinta y cuatro minutos y dieciocho segundos. ¿Desea establecer comunicación?
—No. Abramos el portal.

El resplandor cegó a todos los presentes. Una luz que lo profanaba todo: cuerpos, trajes, muros de aleación metálica. Pronto no sería más que un estallido; entonces podrían cruzar.

El resplandor fue fiero como el Lebren al acecho. Pero no lo suficiente para traspasar los cascos de caparazón. La tribu rodeó el fenómeno: el cielo los había advertido y estaban preparados.

—Padre Aldana, ¿serán peligrosos?
—Estos no. No lo creo. Pero debemos ser precavidos. Mostrarnos capaces. Vendrán pronto. ¿Estás listo?
—Sí, Padre, lo estoy.
—Ya se apacigua la estrella. Ocupa tu puesto. Mueve tú la primera ficha.

El resplandor se hizo agujero. Azul como el cielo del lugar al que llegarían. Vomitaba aire puro, restos de roca, hojas verdes de árboles heridos. La habitación equilibró la presión: ya solo era una puerta.

—¡Rápido, todos a cruzar! No podemos perder ni un minuto.

Entraron corriendo, sin pensar en las consecuencias. Los cinco exploradores cayeron al suelo, víctimas del cambio atmosférico. El profesor no. Avanzó erguido, empuñando su bastón, con una sonrisa de felicidad.

Observó a su alrededor y comprendió con sorpresa que estaban rodeados. A pocos metros, un joven alto, vestido de cuero gris, habló:

—Darak ek amun! Darak.

El traductor tardó veintiocho segundos en asimilar el idioma. El viejo profesor ensayó una respuesta:
—Mi gente y yo os saludamos también.

—¿Qué les trae a nuestras tierras, forasteros?
—Somos pacíficos. Venimos a aprender. Quizás a comerciar. Denos tiempo: nuestro traductor todavía está asimilando su lengua.

Mientras los demás, confusos, luchaban por mantenerse en pie, el profesor ya estaba a la altura de su anfitrión. La formación de los indígenas se abrió. Un anciano, vestido con una bata blanca, se acercaba lentamente.

—Drain, no seas descortés con nuestros invitados. Tendrán hambre después de un viaje tan largo.
—En verdad no ha sido un gran esfuerzo —intentó explicar el profesor.
—Claro. Comprendemos el uso de portales para trayectos extremadamente largos. Pero querrán probar nuestra cocina.

El anciano dejó escapar una leve sonrisa. El terrícola, incrédulo, respondió:

—Inaudito. Ya me parecía extraño hallar humanos a tantos años luz de mi hogar. Pero vuestra apariencia y vuestro conocimiento de la ciencia me superan.
—Quizás lo que nos hace sabios —replicó el anciano— es saber gestionar lo que sabemos.

Lindsey Stirling – Artemis

Anuncios

Descubre más desde El descanso del Onironauta

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Comentarios

3 respuestas a “Portal resplandeciente.”

  1. Avatar de BDEB

    Cuando llegamos a un lugar nuevo es importante conocer las costumbres, pero sobre todo la cocina ¿verdad? Jajaja
    Muy bueno Oniro.

    Le gusta a 1 persona

    1. Avatar de El Onironauta

      Mas nos vale. No hay que tenerle miedo a los sabores nuevos. De pronto muchos de ellos querrás repetirlos. Ya lo dice el dicho: Allí donde fueres, come lo que vieres. Bueno, si pica mucho pide la versión rebajada, eso sí.
      Gratos sueños.

      Le gusta a 1 persona

      1. Avatar de BDEB

        Jajajaja eso sí, el picante no me va pero soy de buen comer yo también.
        Hoy toca arroz con habas, alcachofas y costilla. Ya te contaré.

        Le gusta a 1 persona

Replica a BDEB Cancelar la respuesta