
Era una mezcla de pulgas y hueso, y ladraba por soleares.
Caminaba las mañanas tras los turistas, por las tardes molestaba a las chicas del elástico, y por la noche ya no estaba.
Desaparecía por la vereda de los ventanales rotos, se escondía entre océanos de desechos, era engullido por el viento y escupido luego por el amanecer.
Se alimentaba de humo, se regaba al sol con una botella roja, de marca flamenca y banderillas por castigo.
Alzaba el vuelo con miradas indiscretas, dormía discreto entre puertas entreabiertas y las vías del tren.
Desapareció un día, riñendo entre luces azules.
Las miradas de paso lo olvidaron.
Tan solo lo echó de menos el asfalto. Y el viento.
Si expiró su aliento, si conoció un lamento, fue el de la calle en la que no terminó de crecer.
Marea – La Rueca
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