Querido diario
El camino se retorcía de dolor bajo mis pies. Las nubes se alzaron negras, y mi piel se erizó con las primeras gotas de lluvia. El viento castigaba los árboles circundantes, y el sonido del trueno recorrió mi espalda en forma de escalofrío.
Fue entonces cuando me di cuenta:
Las sombras me perseguían. Otra vez.
Pero esta vez, ya estaba harto de huir.
Me di la vuelta para esperar… y me encontré con algo que no esperaba.
Ya no había camino, solo un precipicio que terminaba en oscuridad. Las brumas devoraban todo: el paisaje, las piedras, los matorrales… incluso la propia oscuridad era tragada por la niebla.
Ya no quedaba nada.
Hasta el terreno que pisaba comenzaba a disolverse en aquella bruma densa y azulada.
Quedé suspendido en el aire.
Y ahí lo comprendí.
Estaba en un sueño sin construir.
Sabía lo que necesitaba para edificar un sueño. Siempre lo había sabido.
Empecé a tararear una melodía.
Una que conocía desde niño.
Una que aún vibraba en mi pecho.
Sonaba a grillos en la oscuridad, al despunte de chispas de estrellas en notas de piano golpeando el cielo.
Se hizo el viento.
Susurró arena de playa e hizo vibrar palmeras, doblándose bajo la luna llena.
El mar bramó salvaje, percutiendo contra la costa en explosiones salinas, llorando de pasión marina.
El sol nacía en el horizonte, conjurando cánticos de rayos dorados.
Ofreciéndome la luz de un lugar nuevo, creado desde mis recuerdos.
Paseando, marcando mis huellas sobre la arena mojada, apareció frente a mí, majestuosa:
La puerta de mi despertar.
Hildur Guðnadóttir – Elevation

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