Carta 7: La cicatriz del cielo

Una figura solitaria en una azotea desdibujada, bajo un cielo oscuro surcado por una grieta incandescente. Pintura digital surrealista con tonos apagados, evocando el miedo, la soledad y el insomnio

Querido diario:

Esta noche, al meterme en la cama, el sueño me absorbió como quien es tragado por un desagüe. Rápidamente, y en círculos, fui depositado en las escaleras del edificio donde vivía. En mi casa de toda la vida, donde crecí cuando era niño.
Caí en la época del terremoto. La gente salía de sus casas con el nervio de quien teme por su vida, y bajaba a toda velocidad. Algunos llevaban pijamas de rayas de colores, otros bajaban casi desnudos. Yo, en cambio, subía.
El suelo temblaba. Las paredes se agrietaban y se desprendían. Me crucé con un apresurado vecino del quinto. Iba perdiendo el color por el camino, dejando una estela azul y blanca: el color de su pijama.
En la azotea me encontré con un mundo oscuro, de edificios pardos y rotos, teñidos del sepia de las fotografías olvidadas. Una enorme espiral tenebrosa giraba lentamente en el cielo, tragándoselo todo. Hacia ella iban camiones, palmeras, fragmentos de calzada y, por supuesto, personas. Todo era absorbido por ese agujero abierto un poco más arriba del horizonte, que, al engullir, dejaba ausencia: una oscuridad tan potente que dolía mirar.
Subí a la barandilla, dispuesto a dejarme arrastrar por el vacío. Pronto empecé a deformarme, a diluirme como una acuarela emborronada en el agua, y a elevarme. No tenía miedo, pues empecé a sospechar que estaba de la mano de Icelo, y me dejé arrastrar.
Cuando llegué al horizonte de sucesos de ese monstruoso agujero negro, saqué de mi distorsionado bolsillo una lámpara antigua que comenzó a lucir.
Mi abuelo tenía una igual: era de gas y producía un zumbido constante al funcionar. De pequeño, nos curábamos el miedo a la oscuridad encendiendo su luz azul en las noches sin luna. La grieta en el cielo empezó a absorber el resplandor de la lámpara y a llenarse de su color, hasta que quedó repleta… y cicatrizó en un sol radiante.
El mar volvió a surgir. Las personas regresaban a sus hogares como si nada hubiera pasado. Y yo, en un paracaídas imaginario, descendí hasta mi lugar de partida.
Una mujer, desde la barandilla de la azotea, miraba inexpresiva la puesta de sol. Al aproximarme a su vera, me dijo:

—¿Quién te quiere robar tus sueños?

Thanatos – Soap&Skin

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Comentarios

3 respuestas a “Carta 7: La cicatriz del cielo”

  1. Avatar de BDEB

    Esa lámpara azul de gas me ha traído el recuerdo de noches de verano felices, en una vieja casa en mitad del campo, rodeada de limoneros y almendros, un matrimonio mayor alegres de acoger a una de sus nietas por unos días, sentados en el porche sin más luz que la de esa lámpara y escuchando en un viejo transistor a pilas una «radionovela», no hacia falta nada más….

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    1. Avatar de El Onironauta

      La situación que me has descrito es maravillosa, una luz de un campingas, con su sonido de fondo y la radio. Me acuerdo de escuchar radio en mitad de la nada y escuchar una recreación que hizo creo que radio3 sobre la guerra de los mundos. Fue la traducción que en su momento, en 1938, el propio autor de la obra, emitió una adaptación para la radio que asusto a miles de americanos. Que lastima que ya las radionovelas no funcionen, aunque… quien sabe con la reciente moda del postcast. Un día tendré que hacer algún experimento.
      Gratos sueños.

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      1. Avatar de BDEB

        En aquella época (hará unos cuarenta y tres ó cuarenta y cuatro años), la casa no tenía luz ni agua corriente, se sacaba del aljibe, y las noches allí transcurrían así, o escuchabas la radionovela o, si habías sido previsora y te habías llevado algún cuento podías leer. El día era muy distinto, con la vecina podíamos correr por los bancales, coger almendras y comerlas o jugar a alguna cosa que nos inventaramos, porque allí juguetes tampoco habían, siempre podíamos meternos a la cuadra y dar de comer a los animalitos, era otra opción para pasar el rato.

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