
La oscuridad reinaba, lo abarcaba todo, pero eso no importaba: total, no había nada que poder distinguir.
Harta de tanta soledad, ella suspiró y prendió una llama.
—Tienes luz propia.
—Claro, soy una estrella.
—¡Es tan bella!
—¿Qué más da? No hay nada para iluminar.
Ella tocó a la estrella, y esta sonó como una pequeña campana.
—Ya hay algo más… hay sonido.
La estrella, de pura alegría, empezó a brillar tanto y tan fuerte que explotó.
De ella salieron millones de minúsculas porciones de luz, cada una con su propia voz acampanada.
Ella, iluminada por infinidad de esferas, sonrió satisfecha.
Al haber tantas, empezaron a chocar entre sí, llenándolo todo de un resplandor gaseoso: nebulosas ardientes que empezaron a caer en la noche estrellada.
Todo comenzó a caer sin fin.
—Esto tiene que funcionar de otra forma —dijo ella, disgustada—. Necesita una sinfonía.
Entonces, empezó a rozar a las distintas estrellas hasta formar una melodía: algunas sonaban graves, otras hacían estelas en el aire y sonaban a violín.
Comenzaron a acompasar el sonido con su movimiento, girando entre ellas, bailando en la oscuridad, desprendiendo luz y música, creando formas en espiral.
Ella reía entusiasmada por el espectáculo que había creado, giraba con el resto de los astros en una danza de atracción.
Giraban con fuerza sobre sí mismos, irradiando luz en todas direcciones, y esa luz empezó a orbitar a su alrededor.
Y en su felicidad, derramó una lágrima que se dispersó en su sala de bailes particular, refrescando el entorno.
Ella, en medio de su júbilo, se percató de que su amiga, la primera estrella, giraba en medio de la melodía infinita, radiante.
Se acercó a su creadora y le preguntó:
—¿Y ahora, qué más vas a inventar?
—Ahora voy a inventar la vida.
Ólafur Arnalds & Nils Frahm – Four
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.