
Sin apenas pensarlo, porque de puro despiste a veces ni recuerdo que respiro, y exhalo al viento sin importarme a dónde irá, descubrí que en este camino extraño, lleno de giros de guion y volteretas en la cama, la soledad —caprichosa— se resiste a acompañarme. Y así, le debo quién soy al destino que ha pasado, sin pedir permiso.
Como apenas tengo nada, solo soy palabras desordenadas, metáforas sin dueño, con sabor a limonada de huerto y brisa marina cargada de relente de luna llena. Canciones olvidadas que, de pronto, una noche de buen vino, vuelven a sonar. Solo tengo días, años girando al sol, recuerdos que me apropié por el roce y las ganas de aventuras en el confín de la realidad, y que no serían nada si no me los hubiera inventado.
Y como no tengo más, eso entrego: un circunloquio de agasajos merecidos para quienes cruzaron conmigo y dejaron su rastro en mi designio. A los que caminaron a mi lado, a los que sin saberlo surcaron galaxias en una nave de sueños, a quienes esperaron que saliera de mis babias de mirada nublada, y también a los que se marcharon a otros mundos, pero aún me recuerdan. A todos ellos —imaginarios, artificiales, animados o consanguíneos— quiero explicarles que, al transcurrir del misterio del tiempo, al abrazar mis recuerdos, al raspar mis neuronas en busca de méritos, sé que son tan míos como lo son vuestros. Porque toda historia vivida, incluso la que soñamos, nos pertenece a todos los que la compartimos, aunque a veces solo la escuche el silencio.
Muse – Maps of your head
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.