
Otra vez sonaba. No sé qué tenía esa melodía… vieja, rasgada como la corteza de los árboles, llena de musgo, de aroma de niño. Las notas subían por la barriga y se instalaban en el pecho. ¿Quién dijo que se escucha con los oídos? Era un hechizo que irradiaba el alma desde la punta del vello, electricidad estática que navegaba por la yema de los dedos.
—Papá, ¿puedes ponerla otra vez?
—Ponla tú. ¿Sabes hacerlo?
—No…
—¿Ves esa palanca? Sube la aguja con cuidado. La canción es la tercera de esta cara. Tienes que contar los surcos. ¿Ves ese espacio, justo ahí?
—¿Ese? ¿Entre los dos más grandes?
—Exacto. Coloca la aguja justo antes de que empiece. Baja la palanca… despacio.
El vinilo giró. Un leve crujido, como el murmullo del universo al despertar, dio paso a los primeros acordes. Las palabras flotaban, en un idioma antiguo y nuevo a la vez, como mantras en voz baja: Words are flowing out like endless rain into a paper cup…
Me recorrió un escalofrío. Las imágenes se volvían líquidas, en blanco y negro al principio, como si fueran recuerdos de otra vida, y luego estallaban en colores suaves y vivos. El disco giraba, la aguja arañaba el tiempo, y yo flotaba.
—¿Podemos ponerla otra vez?
—Claro que sí. Esa canción la escribió un joven llamado Lennon. La compuso como quien lanza un hechizo al cielo. Nosotros la escuchamos por primera vez en una fiesta —una de esas que llamábamos guateques— sin entender del todo qué decía. Pero no hacía falta. Su magia se fue pasando de alma en alma. Y ahora, al verla vibrar en ti, sé que el conjuro seguirá vivo.
—¿La ponemos otra vez?
—Sí.
Evanescence – Across the Universe (V.O. The Beatles)
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