
Abrió los ojos de repente, la oscuridad todavía dominaba el horizonte. Una musiquilla de violín recorría la atmósfera, no supo si residuo de un sueño todavía latente o una extraña hora de ensayo de un vecino desconsiderado. Eso le hizo recordar, encendió la luz de la lámpara auxiliar, recogió el bloc de notas de la mesilla de noche y empezó a escribir.
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Querido diario,
Mi terapeuta me ha insistido que es importante anotar cada uno de los sueños que pueda recordar, como soy obediente y creo que la aventura valdrá la pena, aquí empiezo con el primero.
Con los pies en el agua del río, iba caminando lento, con la dificultad de ir a contracorriente. Habían más personas en este sueño, unos conocidos, otros no, pero todos iban a la dirección contraria. Pasó una dama de traje largo, mojado hasta media pierna, que saludaba con un pañuelo con encajes de color marfil. Un señor con bigote dalinesco, que cruzaba el cauce con una bicicleta antigua, de esas de paseo ingles de finales de los 60, iba haciendo zig zag y tocando el timbre con pasión. El que más me llamó la atención, fue un hombre con la cara empolvada de talco y mayas victorianas que tocaba una melodía con un instrumento imaginario al compas del trino de pajarillos azules que revoloteaban a su alrededor.
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El vecino del violín no quería dar tregua a su ensayo, por mucho que los rayos de un sol perezoso y asustadizo, aun no hubiera hecho más que asomar tímidamente. Pero ya empezó a cantar el gallo, a trinar los jilgueros de la vecina del cuarto y a sonar el motor del utilitario viejo del de la vivienda de enfrente.
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El río empezó a dejar de ser cristalino como las gotas de rocío, pronto empezó a llenarse de humo negro, de carbó tiznado que ensuciaba todo lo que tocara. Al fondo, un antiguo Nissan Patrol de defensas oxidadas y cornamentas impresionantes en el capó amenazaba a rugidos acelerados con arremeter contra mi. Con dificultad empecé a dar la vuelta, pensando en correr, huir de esa monstruosidad motorizada con explosiones humeantes y llamas en el escape, pero el agua se había convertido en alquitrán y me pesaba mucho andar.
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La naturaleza dio luz a la sala, con ella la brisa fresca de la mañana hizo aparición por la ventana abierta y por ahí entraron unos pajarillos que se fueron a posar en las rodillas del escritor del diario que, molesto por el ruido del motor del coche de su vecino, le hacia difícil concentrarse en formar recuerdos.
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No me habia dado cuenta hasta ahora, de que mi cuerpo, o mi vestimenta estaba provisto de un par de alas enormes, dignas de un arcángel. La cercanía del terrible engendro de cuatro ruedas y mis prisas por huir hizo que las batiese con fuerzas, desplazando aire y elevando lentamente mi persona. Aunque el alquitrán que formaba ahora el cauce del río se quedaba pegada en mis pies, dejándome una conexión oscura con el resto del pestilente fluido. Ya estaba cerca el diabólico aparato de resoplido de fuego y rugir de motor y yo estaba frente a su zona de impacto.
Una de las aves que cantaban con el violinista se posó en mi hombro a pesar de mi desfigurado rostro de miedo. Fue entonces cuando desperté…
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Los párpados eran pesados pero su respiración agitada, se incorporó de la cama con violencia y así dio por finalizado, de repente, su extraño sueño. Era hora de coger la libreta que guardaba en su mesita de noche para poder escribir su primer sueño.
Linkin Park – In The End
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