
—¿Madre?
La vieja iba encorvada, caminando lento bajo el peso de la edad. Suspiraba a cada paso, arrastraba ruidosamente las suelas de sus zapatos por la oscura cueva, en un agónico trayecto.
—¿Por qué me abandonaste, madre?
—Yo no te abandoné, criatura del demonio —quiso gritar la vieja—. Si estoy aquí, es por tu bien —dijo entre susurros, jadeos y toses, y siguió su camino cabizbaja.
—¿Y por qué no volviste?
La anciana sostenía una llave antigua, pesada. La introdujo en la puerta negra, vieja como su nombre y oscura como el mal de sus pesadillas. Pero sus fuerzas no eran suficientes para abrirla del todo.
Se escuchó el lamento de una bisagra: la puerta se abrió hasta la mitad. Lo que apareció no era una niña. Era una muñeca, de plástico amarillento y mechas oscurecidas por el tiempo.
—Mírate —dijo la anciana, con los ojos humedecidos por un dolor sincero—. Estás tan…
—Madre, te he echado de menos.
—No pude… —la anciana se deshizo en llanto—. Me capturaron los míos, y no obtuve el apoyo de los tuyos…
—Podías haberte quedado conmigo.
—Hubiéramos muerto los dos.
Sus miradas coincidieron: la cara inexpresiva de la muñeca frente a la pasión rota de la madre vieja. La verdad se hizo silencio, y el silencio iluminó sus rostros.
—Hija, es hora de que crezcas.
La señora sacó de su bolsillo un instrumento: un conector que terminaba en círculo. Buscó con cuidado en la espalda de la niña de plástico y le clavó el aparato sin miramientos.
—Esto podría acabar con tu gente, madre.
—Qué más da. A mí me queda poco.
La muñeca cayó. Se le quebró la piel, y de su interior salió una minúscula mariposa de luz. Plegó sus alas sobre sí misma y, al desplegarse, apareció la muñeca hecha niña. Se transformó en mujer y voló alrededor de la oscura sala, iluminándolo todo.
La vieja se sentó en el suelo, sin dejar de mirar la metamorfosis de su hija, que ya era solo de luz. Se encendieron las máquinas de la sala, brillaron luces de monitores verdes, y se abrió el ventanal del techo, dejando entrar el aire fresco de la noche.
—Gracias, madre.
La anciana cruzó la mirada con la criatura. La cara de luz expresaba dolor y alivio, una pasión desconocida por proyectar su vida al exterior. Revoloteó por la estancia y desapareció entre las estrellas de la noche.
La vieja suspiró y cerró los ojos.
Massive Attack – Butterfly Caugth
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