
Tanto tiempo queriendo desgranar lamentos de una cuerda para acabar comprendiendo que las vocales eran abiertas. Creía que las lágrimas sabían de tonos ocres, capaces de distinguir el verbo entre las penas.
Y tú, mintiendo de risas, intentando expulsarme de la partitura de tus días. Sí se puede, y yo no lo sabía.
Esperé arañar la madera de la estatua sombría, no para cortar leña, sino por seguir las curvas que alguien había trazado antes. Disparé óleo en colores alegres sobre figuras tristes, pero no tenía pincel que las expandiera: solo mi pluma.
Y tú, mintiendo de odio, deseando que me marchara del surco de un disco ya rayado. Y sí se puede. Pero yo no te lo daba.
G Alcocer – Idea 10
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