
De niño me encantaban los superhéroes, estaba fascinado con esos cómics de colores raros, descoloridos, que ya parecían antiguos aun teniendo días de haberlos comprado. Curiosamente, mi sueño no era ser un trepamuros o un vengador justiciero, no. Mi gran pasión era inventar uno, hacerlo cercano. En mi primer intento, evocando el reflejo de lo que era entonces, presenté a mis seguidores, a Juan Francisco y a Mariano, que por entonces eran mis dos únicos amigos, a un personaje con gafas de culo de botella y ropa interior por encima de las mallas, cuyo nombre no quiero recordar, ya que me da vergüenza atemporal.
Ocurrió que en su primera misión, gracias a su agudeza visual, se estampó contra la estatua de plutonio de Don Macario, alcalde de Valdegorrinos, metal que era equiparable para él a la kriptonita que tan poco gustaba a Superman. El infortunado accidente le dejó los anteojos soldados en la mirada y privado de todos sus superpoderes, ahora trabaja para la ONCE, en un puesto en el número trece de la calle donde ocurrió el suceso.
Meses más tarde, mi imaginación parió al hombre lagartija, primo del geco común vallisoletano, que tras recibir una demanda de Marvel quedó incrustado en la suela del zapato cósmico de un tal Thanos, ahora recorre la galaxia y disfruta de todos sus suelos. Apareció también en mi mundo, el hombre-fanta piña, que se deshizo en burbujas nada más salir a la calle, y el indomable cabramán, un superhéroe motorizado con una Kawasaki y con cornamenta en el casco, fruto de una infidelidad cuántica. En una aventura en el Himalaya, le patinó la rueda trasera con gravilla sintoísta y todavía está cayendo.
Estuve años retirado de la invención de todopoderosos, ya que mi esfuerzo me había costado un fracaso social apoteósico. Los niños cruzaban de acera al verme y me escupían arroz con bolígrafos bic tarados. Pero, al entrar en la adolescencia, mi suerte cambió. Me volví muy popular al dar vida a Horny Girl, que se prendía en llamas quemando su ropa en el proceso.
Convencida por una secta feminista, Horny, como la llamábamos cariñosamente, torturó a cada uno de los mirones de mis amigos, tatuándoles a fuego una imagen de Margaret Thatcher, muy conocida entonces, desnuda y en pose provocativa. Desde entonces me escondo en las iglesias disfrazado de monaguillo y aprovecho para probar el vino de misa. Según tengo entendido, la superchica ahora se llama Purity y predica en Instagram sobre la castración como solución a la aberrante situación social actual.
Hace mucho que no quiero saber nada de héroes enmascarados. Me hice seguidor de Spock, que es único e inigualable y no me da posibilidad de inventar nada al respecto.
Nota del autor: En el transcurso de este relato no se ha maltratado a ningún animal, en el caso de criaturas mixtas solo ha sido expuesta al sufrimiento su parte humana.
Tool – You Lied
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