
Nunca he hecho una proyección astral. ¿Qué no sabes qué es? Sí, eso de que tu alma se salga de su cuerpo y campe por ahí alegremente mientras tu cuerpo yace en estado catatónico. Y no será por no haberlo intentado.
Cuando era un alocado adolescente, quedé prendado sin remedio de la preciosa vecina de abajo. Que, además de preciosa, estaba muy buena.
Me gustaba y también me asustaba. Le tenía un miedo atroz. Todo lo que tenía de guapa lo tenía de bestia, y vi varios enfrentamientos con hombres, que en intentos de un acercamiento romántico quedaron mal parados.
Recuerdo cuando se enfrentó con los obreros que trabajaban en la construcción de un edificio frente a casa. ¡Cómo la piropearon aquella tarde cuando pasó insolente y pizpireta caminando alegre por la obra! ¡Cómo gritaban ellos, cuando con cara de toro desbocado saltó la valla y se les abalanzó! No dejó ni un casco sin manchar de sangre.
En vez de seducirla directamente, empecé a coquetear con el esoterismo en busca de una solución para mi reciente mal de amores. Corrí a la librería más lejana, puesto que en la cercana me conocían y no me hacían caso. Me compré La Guía Práctica Esotérica Ilustrada con Pegatinas de los Arcanos Mayores. Y empecé así a adentrarme en el mar de los misterios ocultos.
Conseguí crear, según instrucciones de mi preciada guía ocultista, un perfume embriagador con propiedades atrayentes y me presenté muy confiado en la puerta de su apartamento al más puro estilo de Mario Casas en Tres Metros sobre el Cielo. Recibí un puñetazo en la nariz que me quebró el tabique nasal. De vuelta a casa, hecho un alma en pena sangrante, todos los perros querían montarme.
Intenté un hechizo de amarre con invocación espiritual incluida. El ente que acudió resultó ser el de la pescadera del mercado, que murió de intoxicación por sardinas en mal estado hace unos meses. Ella intentó convencerme de que en verdad me convenía su sobrina Paca. No se lo quise permitir, pero hizo lo que quiso y Paca apareció esa misma tarde por el barrio, buscándome desesperadamente con tres kilos de mejillones y dos de gambas. Por suerte no supo encontrarme.
Pospuse los hechizos de amarre cuando leí la posibilidad de verla en la ducha de manera oculta en una proyección astral. Y empecé a intentar los diversos métodos que existen para tal cometido. Empecé con la proyección mental por relajación meditada. Lo intenté esa misma tarde y desperté a las diez horas, muy descansado y sin haberlo conseguido.
Lo intenté por medio de un ritual, pero volvió a aparecer la pescadera, enfadada y resentida por no haber hecho caso a sus consejos y cortejar a Paca, no me concedió la experiencia extracorpórea. Y me amenazó con ser el alma en pena que aterrorizara mi morada.
El sistema de entrar en el plano astral por medio del sueño me concedió otras diez horas de descanso, pero no funcionó. Así que solo me quedaba tener una experiencia cercana a la muerte. Calculé concienzudamente la cantidad justa de matarratas mezcladas con aguardiente para poder pasar unas horas en coma. Animado por el presentimiento de que esta vez iba a salir perfecto y sintiéndome un tenaz hechicero, mezclé los ingredientes en el trayecto del colmado a casa y me lo bebí subiendo las escaleras. Me desvanecí en el último peldaño y bajé rodando, golpeándome en todos y cada uno de los escalones de mi edificio.
Es así como morí.
Y es así como no conseguí una proyección astral.
Antes de ir hacia la luz, como todavía me quedaba algo de humanidad, quise despedirme de la causante indirecta de mi muerte, mi vecina. Al entrar en su casa y verla desnuda con esa cosa tan larga colgándole entre las piernas, me di cuenta del engaño. Descubrí que era un policía nacional de incógnito que investigaba a un posible violador en serie en el barrio.
Es por eso por lo que ahora estoy en esta casa como poltergeist, señora médium, que ya es bastante lo que tengo con mi pena, como para que además tenga que estar lidiando con usted y sus preguntas dichosas.
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