Etiqueta: DeOniros

  • Algo en que creer

    Algo en que creer

    —Creo que les mandaron un listado con lo que yo podía comer y lo que no.
    —Claro que sí. Lo que en ningún sitio ponía es que tu alimento debía ser crudo.
    —Perdón, padres de intercambio, pensé que ya lo sabían. No se preocupen, llevo alimento biofilizado por si acaso.
    —Tranquilo, te prepararé una ensalada. Dios mío, qué confusión tan extraña.
    —¿Dijo “Dios mío”? ¿Ustedes también tienen creencias religiosas?
    —¿Ustedes no?
    —Oh, sí. Tenemos al dios Día y a la diosa Noche.
    —Qué interesante, tenéis dos dioses. Aquí solo creemos en uno.
    —En verdad son varios. La diosa Noche tuvo muchos hijos con el dios Día. Hasta que un día pensaron que lo mejor era vivir en reinos separados, por el tema de la superpoblación. El dios Día se quedó en el día y la diosa Noche se quedó en la oscuridad. Ella cuida de sus hijos, que son las estrellas.
    —Nuestro Dios solo tuvo un hijo: Jesucristo.
    —¿Y qué le pasó a la diosa?
    —¿Qué diosa?
    —Si tuvo un hijo tendría que haber una hembra, ¿no?
    —Bueno… lo tuvo con una chica. Se llamaba María.
    —¿Y cuando estuvo con ella vuestro dios no quemó todo vuestro mundo?
    —¿Qué? Nooo. Nuestro Dios no… Además no fue él. Envió a una paloma.
    —¿Fue un pájaro quien fecundó a la humana que dio a luz al hijo de vuestro dios? ¿Cómo era? ¿Tenía pico y plumas?
    —Nooo. Era como nosotros. Tenía barba y pelo largo. No dejan claro cómo fue el proceso. Pero fue algo más bien espiritual.
    —Ah. Es que nuestros dioses son muy… físicos. Dios es el sol. La Diosa es el planeta que orbitamos. Creo que nuestra carrera espacial fue una búsqueda de Dios. Los primeros en llegar se quemaron y hubo un episodio de ateísmo entre los nuestros.
    —Normal. Qué complicado, ¿no? Esperarse encontrar un ser todopoderoso y descubrir que es una bola de fuego.
    —Peor lo tuvo la pobre que esperaba ser fecundada por su dios y se encontró una paloma.
    Espíritu Santo.
    —¿Qué?
    —Que la paloma se llama Espíritu Santo.
    —Pues peor todavía: el fantasma de una paloma.

    El joven extraterrestre de intercambio se quedó pensativo. Sus grandes ojos violetas parpadearon despacio. Su expresión denotaba preocupación.

    —Vuestro proceso reproductivo no tiene que ver con las aves… ¿verdad?

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  • Lienzo en blanco

    Lienzo en blanco

    Acaricié la pantalla en busca de una frase.
    Blanco.
    Hubo un instante blanco con parpadeo en el inicio.

    Aguanté la respiración con impaciencia.
    Comenzó a moverse solo.
    El sonido fue al compás: menudas pisadas que golpeaban el lienzo antes de haber nacido.

    Y ahí estaba.
    Un huevo.

    Era de colores sintéticos, con un resplandor latente.
    Aumentó de tamaño en dos pulsaciones y se agrietó.

    Parecía un dinosaurio.
    Parecía un lagarto.
    Parecía algo nuevo.
    Sin clasificar.
    Sin intención de seguir creciendo si yo no lo alentaba a hacerlo.

    Quiso llamarse kayiriku o terikame.
    Pero yo no quise ponerle un nombre.
    Lo quería libre, que solo viniera cuando quisiera, no cuando lo llamo.

    La magia del verbo reventó el huevo.
    Lo hizo lento, como el marchitar del otoño.
    Pestañeó al verme pidiendo alimento.
    Y lo alimenté con adjetivos.

    Fue patoso, simpático, extraño de narices.
    De camino lento y mirada cálida.
    Lloraba sin descanso por una sonrisa tuya.
    Con ganas de aventura.

    De tanto saltar le salieron alas.
    Y voló con ganas, surcando el cielo estrellado.
    Se confundió un instante con una estrella fugaz y desapareció.
    Buscaba el planeta perfecto para llamarlo hogar y crecer contento.

    Banshee – Birth of Venus

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  • Solo un suspiro

    Solo un suspiro

    Suspiró a través de la ventana.
    Deslizó su melena al viento, exhalando un canto urgente al delirio del cielo. Soñó que se desvanecía sin remedio.

    Suspiró de nuevo.

    Y lo miró fijamente: su caminar pausado, el sudor en la frente, la contracción de sus brazos. Un gemido leve, un esfuerzo bárbaro.

    Imaginó su verbo vivo, su pelo al viento, su rostro herido; erguido en su sentimiento.
    Ella en sus brazos, abrazando su cuerpo.

    El sol brilló en sus pupilas.
    En sus manos, un saludo: Te quiero, mi vida. Aunque no pueda subir a demostrártelo.

    Su sonrisa fue triste; su olvido, certero.

    Una lágrima cayó desde el balcón al suelo.
    Y su mirada se marchó.

    Maria Rodés – Oscuro Canto

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  • Dulce aroma de invierno II

    Dulce aroma de invierno II

    Aquel día, mi suerte se esfumó entre monedas de céntimo.
    Se agrietó la tarde cuando te fuiste, y por la noche morí entre las sábanas, congelado. Me velaron en primavera, pero resucité en verano.

    Y me marché con lo puesto hacia un horizonte olvidado.

    El destino me encontró trazando círculos sobre un lienzo salado.
    Espuma de mar frente a mí; a mi lado… un misterio.

    —¿Estás escribiendo una novela?
    —No. Solo pensamientos.
    —A mí también me gusta escribir.
    —¿También lo haces aquí? Frente a la costa.
    —A veces. Quizás en cualquier sitio.
    —A mí me inspira un paisaje bonito.

    El rumor de una ola nos envolvió en el aroma del mar. Hablamos. Quedamos para desayunar. Y nos despedimos en la oscuridad que nos había atrapado.

    Al alba, nos encontramos de nuevo, atraídos por el aroma de un café humeante. La vi sentada.

    —Pensé que no ibas a venir.
    —Perdón… hacía noches que no dormía bien, y esta mañana no quiso soltarme.
    —Todo sea por un sueño.
    —Y por que persista despierto.

    El ruido de las tazas nos desterró a la bahía. Quisimos sentirnos extraños en el oleaje, pero sentí que ya la conocía. Ironías: quise estar solo y el mundo me mandó compañía.

    Perseguimos gaviotas con la mirada. Reímos por heridas absurdas. Recitamos párrafos prohibidos. Deliramos con la idea de habernos encontrado en páginas pasadas.

    Quisimos caricias, pero quedaron en verso. En el filo del tiempo se nos atragantó el deber.

    —Me tengo que ir mañana.
    —¿A dónde?
    —Lejos. Tengo que volver a casa.
    —¿Volverás?
    —Quizás… pero no pronto.
    —Llévame.
    —¿Qué?
    —Que si tú quieres, yo me voy contigo.
    —Pero si no nos conocemos.
    —No. Pero si es la única manera de hacerlo… estoy dispuesto a correr el riesgo.
    —Vas un poco rápido.
    —Tal vez, pero no hay tiempo. Y no quiero quedarme con el “qué hubiera pasado”.
    —Te propongo un trato: pasemos una noche inolvidable.
    Y al amanecer, ya veremos.

    Y en la orilla del mar, nos atrapó la luna.

    Travis Birds – Peligro

    si la luna nos atrapó aquella noche, que sea el alba quien decida lo demás.

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  • Dulce aroma de invierno

    Dulce aroma de invierno

    El invierno se precipitó entre luces parpadeantes.
    No fue bien recibido: fue inevitablemente aceptado.
    El dolor de tripa hizo el resto y lo arrastró hasta ese lugar tan frío, donde cosían con hilo negro la agonía que trae el destino.
    Era hora de dormir para despertar nuevo.
    O tal vez, para no hacerlo.

    Suspiró lento. Se aferró al sonido que lo mantenía vivo.
    Imaginó agarrarse a la tierra, al aire, a la raíz de un árbol… pero se desvaneció pronto y comenzó el sueño.

    —Todo va a ir bien —decía alguien, blandiendo una aguja.
    —No pasa nada —susurraban las máquinas.
    —Tranquilo… —dijo su corazón, agotado de galopar.

    El olor a desinfectante y el silbar de los aspiradores se fueron apagando.
    Se volvieron calor.
    Calor de manos en la frente.
    Abrasos que te devuelven al cielo de la infancia.
    Aroma de clavos y miel, de anís y fuego.
    La textura de la harina en las manos hábiles, arrugadas por el tiempo.

    Se vio niño, en aquella casa.

    —Hola, mi niño.
    —¿Abuela? ¿Eres tú?
    —¿Quién voy a ser si no?
    —¿Estoy muerto?
    —Oh, no. —Entornó la mirada y sonrió—. Siempre tan dramático.
    —Entonces… ¿por qué estoy aquí?
    —No estás aquí. Yo solo quería que comprendieras que no estás solo. Que la vida fluye, y que lo malo casi siempre tiene remedio.
    —¿Entonces…?
    —Despertarás. Y sanarás.
    —Y me perderé tus roscones de vino…
    —Y ganarás una sonrisa cuando abras los ojos.

    La figura de la anciana empezó a desvanecerse.

    —Espera, abuela… dime qué pasa luego. ¿Qué hay cuando ya no estemos?
    —¿Y perder la sorpresa? —rió—. Mejor espera. No pienses en eso.

    La voz se alejó hasta volverse un murmullo.
    Se confundió con el ruido de las máquinas, las luces intensas y el zumbido del aire fresco.

    Una dama de bata blanca se acercó.
    En una sonrisa radiante le dijo:

    —Ya pasó lo malo. Todo fue bien. Ahora toca reposo.
    —¿Qué pasará ahora?
    —Tranquilo. Yo cuidaré de ti.

    Popol Vuh – Kyrie

    Sonrió. Todo estaba bien. O al menos, eso quiso creer cuando el silencio volvió a quedarse a su lado.

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  • Los tres reflejos. Capitulo 4: El Kinito del deseo

    Los tres reflejos. Capitulo 4: El Kinito del deseo

    —¿Recuerdas las acampadas en el lago? —dijo Pedro sonriendo a Laura. 

    —Parece una canción de Melendi —observó Marta, con el ceño ligeramente fruncido—. 

    —Éramos muy críos —puntualizó Laura, sacándole la lengua a Marta—. Hacíamos locuras como bañarnos desnudos en primavera. 

    —Pues allí debía hacer frío —comentó Marta en voz alta—. En pleno Somiedo. 

    —Salíamos encogidos, pero el frío se quitaba jugando —dijo Pedro, sosteniendo la mirada de Laura. 

    —El juego iba antes del baño —aclaró Laura—. Era un juego de dados. ¿Te enseñó Pedro a jugar al Kinito? 

    —No. 

    —Espera, que creo que guardo algo. —Laura sonrió, mientras Pedro abría el armario bajo la escalera. Entre estanterías recién ordenadas encontró un cubilete de cuero bordado y un par de dados blancos. Lo agitó con cuidado y, de un golpe, los dejó sobre la mesa. 

    Las dos lo miraron. Los dados hablaban por sí mismos. 

    —Ha salido doble seis. ¿Quién bebe? 

    —¿Te acuerdas de las reglas, Pedro? 

    —Con la de veces que las cambiábamos ya ni me acuerdo. Pero un doble seis es imbatible. 

    —Sí, pero no lo podías destapar y podías mentir —recordó Laura. 

    —Esperad, voy a preparar kalimotxo —dijo Pedro, levantándose. 

    Ambas se miraron. No estaban seguras de que beber ahora fuera buena idea; había secretos que el alcohol podía sacar a la luz. Pedro regresó con la jarra de la bebida morada y tres vasos de chupito, que tendió con una sonrisa. Marta agitó el cubilete con desgana. 

    —Empiezas tú, que eres la novata —le indicó Laura. 

    Golpeó la mesa y destapó. 

    —¡Ostias, 5 y 6! —dijo Laura. 

    —¿Y qué pasa? 

    —Bebe quien tú quieras. 

    —Pues hala, tú, por hablar. 

    Durante un rato, dispararon dados, bebieron el elixir de sus recuerdos e intercambiaron miradas cómplices. Quisieron hacer beber a Marta, pero ella se alió con el destino y fue la que menos alzó el codo. Cuando la jarra quedó vacía, Pedro tuvo una idea: 

    —Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos de fiesta? 

    —Yo no conduzco ahora —dijo Marta. 

    —Hay una discoteca a diez minutos andando —apuntó Laura. 

    —La de música electrónica, ¿no? —preguntó Marta. 

    —Sí, fuimos el otro día y nos lo pasamos bien —sonrió Laura—. Venga, un ratito. 

    —¿Llamo un taxi? 

    —Mejor caminamos —dijo Pedro—. Así aprovechamos la noche. 

    Avanzaron hacia la diversión. Cantando viejas glorias callejeras, ofrendas al espíritu del vino y al calor de la barra del bar. En un instante, se reflejaron los tres en el escaparate de La Casa de Los Espejos. Se sorprendieron de la sincronía de sus manos, dejando un halo de misterio kármico, de sentimientos alados que pasaban de aliento a aliento. 

    Una copa más, un salto a la pista, luces de colores que vibraban en las paredes. Entre el rugir de los tambores se abrazaron al ritmo. Mezclaron sudor y licores, y salieron casi al amanecer, queriendo prolongar la noche. 

    —¿La última en casa? 

    —Mientras no juguemos de nuevo al Kinito ese, ya sabéis que os gano. 

    Subieron las escaleras con el cansancio de buscar calma y el fuego en los ojos, ocultando las ganas. Pedro miraba a Laura, Laura a Marta, Marta a ambos. Entrando en la casa quisieron fundirse entre ellos, hacer uno solo de sus tres cuerpos. El sereno les pidió calor. No se conformaron con un beso. 

    Un beso a tres los sorprendió en la cama. Entre mentes heridas por el licor y manos inquietas, crearon un sueño confuso, sin reconocer quiénes eran. No importaba nada, solo descargar lo que su instinto dictaba. 

    Despertó desnudo entre las dos damas. Quiso pensar, pero le dolía la cabeza. Dejó que el sol del mediodía le dijera qué pasaba. Salió de casa sin hacer ruido y se despidió con una mirada confusa. 

    Extremoduro – Al Día Siguiente

    «Y mientras la noche se apagaba, una chispa quedó encendida entre ellos… ¿quién se atreverá a soplarla primero?»

    Por si a alguien le interesa el funcionamiento del juego, el Kinito crea historias por el simple hecho de participar. En el blog de mariacabados lo explican con mucho cariño. Beban con moderación, por favor.

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  • Melodía de hiel y huesos

    Melodía de hiel y huesos

    Era solo huesos. Una sonrisa triste, una mueca de dolor en media risa y unos ojos azules que miraban sin mirar. Lo demás era piel arrugada y huesos. Garabateaba figuras imprecisas en una libreta mientras contestaba el teléfono. Ella lo creía grande, y se quedó solo con eso: polvo en su chaqueta de cuero y un gesto desconsiderado.

    —Otra vez frío, niña. Tráeme otro nuevo.

    Cuando, después de tanta pelea, le ofrecieron aquel trabajo, no podía creerlo. De niña lo escuchaba su hermana, y ella aprendió a escucharlo también. Aquel cantautor de mirada gris y sangre en sus palabras. Aquel que le arrancó más de una lágrima, que la rescató del abismo. Y ahora él necesitaba de sus manos. Alguien que le consiguiera lo que hiciera falta en plena gira por el mundo.

    Viajar, conocer lugares, personas, historias. Ese era su placer secreto. Pero conocer, cara a cara, al hombre que tanto había sentido en sus versos… ese era un sueño. Aunque ahora se le hacía denso. Pesado. Aguantar los caprichos de un genio era más duro que admirar su talento.

    Una palabra de más, escapada como un cuchillo silencioso, quebró su paciencia.

    —Inútil.

    Le dolió más en el intelecto que en el orgullo. En la capacidad para descifrar la luz dentro de un lamento. Se quedó inmóvil, pensando. Hasta que no pudo evitar hablar.

    —Ahora lo entiendo.

    —¿Qué entiendes? ¿Tus errores en tu trabajo?

    —No. Entiendo tu pena. Entiendo que cantes al amor perdido. Que supliques que vuelva. Que te sientas desolado.

    —No sé qué tiene que ver eso con que me des lo que te pido.

    —Nada. Tiene que ver con tu condena. Con tu destino.

    —¿Ah, sí? ¿Cuál es mi destino, lista?

    —Estar solo.

    Ella desaparecería de su vida. Nunca supo el motivo. No quiso mirar más allá de sus versos heridos.

    Y él siguió escribiendo su verdad en soledad.
    Sólo huesos, sí… pero la música seguía sonando para aquel amor fugado.

    Lord Huron – The Night We Met

    ¿Y si la melodía nunca fue suya, sino tuya?

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  • El mañana quedo en blanco

    El mañana quedo en blanco

    El mañana me dejó sin verso, sin nada que decir.
    Me robó la voz mientras mi alma quería vivir.
    En la melodía del pretérito imperfecto me quedé varado, esperando.
    Sin una sílaba adornada que ofrecer,
    sin la defensa propuesta en la prisa,
    sin el sentido que sienta al verbo en su trono,
    en el abandono del esfuerzo olvidado.

    Coleccionaba palabras.
    Las buscaba en la orilla de mi razón,
    seleccionando las erres errantes
    y las que ardían de corazón.
    Las ordenaba por semblante, cadencia y plumaje.
    A las que rugían salvajes las escondía del reproche del contexto;
    a las que rimaban candentes les inventaba vocales con vuelo,
    y las hacía desfilar lento,
    trazando la respiración como si fuera un suspiro.

    Pero, aun así—
    sin retar al aliento restado,
    esquivando el fracaso escondido—
    me quedé sin licor en el vaso
    y con el tiempo perdido.
    Solo espero que, resistiendo el deseo del desespero,
    mis lágrimas se vuelvan relato
    y mi memoria, hoy, me regale un soneto.

    Urge Overkill – Dropout

    “Y si mañana vuelve en blanco… ¿será silencio, o será el principio de otro verso que aún no sé recordar?”

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  • El Fary y el gato gurú

    El Fary y el gato gurú

    —¡Auuuu! ¿Qué pasa ahora? 

    Tras el zarpazo del gato había un misterio. El gato sonrió sin demostrarlo. Se acercó al humano para susurrarle al oído un conjuro de ánimo. 

    —¿Ves a esa chica con la que acabas de cruzarte? 
    —Sí. 
    —Felicidades, ha sonreído. Y esta vez ha sido a ti. 

    Javier, variando el ritmo, dio una sutil vuelta a su recorrido y, jadeando un poco, fue en dirección a la dama mencionada. Su guía felino le propinó otro zarpazo. 

    —¿Se puede saber a dónde vas, grumete sin rumbo? 
    —Me ha sonreído. Iba a ver si lo hacía de nuevo. 
    —No lo quieras todo a la vez, joven padawan. 
    —Pero ¿por qué no? 
    —A ver… ¿sabes imaginar? 
    —Creo que sí. 
    —Visualiza en tu mente. Yo tengo una sardina. 
    —Vale, tienes una sardina. 
    —¿La ves? ¿Ves la sardina? 
    —Bueno, imagino la sardina. 
    —¡No! Tienes que sentir la sardina, ser la sardina, oler como la sardina. 
    —Qué asco, ¿no? 
    —¡No! A ti te encantan las sardinas. 
    —Vale, soy una sardina y me encantan las sardinas. 

    El gato, impaciente, le dio otro zarpazo. 

    —Pon que, en un momento, yo, que tengo una sardina, te la doy. 
    —Vale, qué rico —dijo con una sutil cara de desagrado. 
    —Ahora ves que yo estoy esperando a que te la comas. 
    —Pero si acabo de desayunar. 
    —Cómetela. 
    —Que no. 
    —Que te la comas, coño. 
    —Ufff… me está empezando a oler mal esa sardina. 
    —Pues a la chica de la sonrisa le va a pasar lo mismo. Se va a hartar de sonreírte si la fuerzas. 
    —¿Y qué debo hacer? 
    —Esperar y… 
    —¿Esperar y qué? 
    —Debes ser paciente, Javi-san. Solo tienes que esperar y tener aroma a sonrisa
    —Pues es buen nombre. Creo que te voy a llamar Sonrisitas. 
    —Hazlo y morirás joven. 

    Niña Polaca – Joaquin Phoenix

    “Fin del capítulo. O eso parece… porque el gato ya me observa como quien prepara un plan.
    Y cuando ese felino planea… siempre acabamos en la pescadería.”

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  • Un hombre y un destino

    Un hombre y un destino

    Enrique es un buen tipo. 

    —¡Hola! 

    A Enrique le encantaba caminar por el paseo marítimo. 

    —Qué aroma, el del mar. 

    Le gustaba mirar gaviotas, sentir la brisa, contemplar el cielo rojizo sobre la marisma. 

    —Y sacar mil fotos con el móvil. 

    Y, claro, a Enrique le encantaba subir esas fotos a sus redes sociales. 

    —Y que me den likes

    Siempre terminaba en el bar de la esquina antes de volver a casa. 

    —Muchos, muchos likes

    Pedía bravas y una cervecita. 

    —Y corazoncitos rojos. 

    Pero hoy, el destino le tenía algo preparado. 

    —Muchos, muchos… 

    Esta noche Enrique iba a morir. 

    —¿Perdona? ¿Qué? 

    Sí, esta noche Enrique moriría, sin remedio, en su bar favorito. 

    —De coña. Ni muerto entro yo en ese bar. 

    Enrique entró en el bar como cada noche. 

    —QUE NO, que me voy a casa. 

    ¡Enrique entró en el bar! 

    —Que no quiero. 

    Enrique, tienes que entrar en el bar. 

    —Sí, claro, para morirme. 

    ¡Que entres! 

    —Oye, ¿y tú quién coño eres? 

    Soy tu destino. Y el destino está escrito. Hoy mueres en el bar. 

    —Ajá. ¿Y de qué, listillo? 

    De envenenamiento. 

    —Joder, qué feo. Que uno con veneno se queda con la lengua fuera, ¿no? 

    Una croqueta envenenada será la causa de tu muerte. 

    —¿Croquetas? ¿Y quién me quiere matar con croquetas? 

    Un hater de tus redes. Te odia tanto que ha decidido matarte con lo que más amas: atiborrarte de croquetas. 

    —Como decía el poeta: “Caminante no hay camino…” 

    A Enrique le gusta la poesía. 

    —Ahí te quedas, destino. 

    Oye, Enrique… te estás pasando el bar. ¿A dónde vas? 

    —¡A casa! 

    Pero que tienes que morirte, Enrique. ¡Vuelve al bar! 

    —Claro, claro… 

    Enrique subió las escaleras, abrió la puerta de casa. Allí lo esperaban. 

    —María, ¿qué hay para comer? 

    —Hombre, Enrique, llegas temprano y sobrio. 

    —Sí, es que el bar ha dejado de gustarme. 

    —Perfecto. Hoy toca croquetas. Te quiero ver comértelas todas. 

    The Divine Comedy – National Express

    ¿Y si lo inevitable solo necesita un “no hoy”?

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