
– ¿Cerraste?
– ¡Sí!
– ¿Cerraste bien?
– ¡Que sí!
– Bueno, chicas, tenemos dos horas.
Las tres se miraron, tenían el rostro lleno de maquillaje blanco y de preguntas. En sus manos un antiguo disco de vinilo, con un cuadro de un señor cargando leña en la portada. Frente a ellas, un tocadiscos Technics de aguja desgastada que pertenecía al instituto. Se las habían arreglado para poder entrar en la sala de música animadas por un misterioso plan.
– Pero yo no sé usar esto.
– Ni yo.
– ¡Joder chicas! No puede ser tan difícil, vamos a prepararlo todo. ¿Quién tiene el cuaderno?
– ¡Yo!
– Pues ya tardas en abrirlo.
Era un viejo bloc de notas, con tapas de relieve y adornos en tonos oscuros, lo llamaban el cuaderno de las brujas. En finos trazos de pluma estilográfica y filigranas caligráficas, había dos años de investigación e indagación sobre temas paranormales.
Las tres amigas se habían hecho expertas en ciencias ocultas rastreando información en las redes, leyendo libros antiguos y preguntando a los mayores del pueblo. La última revelación estaba proporcionada por el padre de la Patri, que en los 80 tenía un grupo de heavy metal. Se habían documentado lo suficiente y estaban preparadas, solo tenían que seguir el manual que habían preparado.
– ¡Tiza!
– Aquí.
En el viejo suelo gris del aula pintaron un pentagrama, varios signos cabalísticos y tres círculos alrededor.
– ¿Velas?
– Aquí.
Los cirios fueron repartidos alrededor de las formas dibujadas, cuidadosamente colocados, alineados de manera estudiada siguiendo un ritual. Prendieron las mechas y apagaron la luz de la sala.
– ¡Incienso!
– Aquí.
– ¿De sándalo?
– ¡Que sííí!
El aroma ocupó rápidamente toda la estancia, las tres empezaron a recitar un antiguo salmo cabalístico, de dudosa procedencia, para comenzar la ceremonia. Rezaron, cantaron y realizaron gestos de ritos wiccanos sobre invocaciones de entidades divinas errantes y demonios apresados, en curiosas botellas de barro, cocidas por el tiempo y olvidados en el exilio.
– Bueno, y ahora ¿qué hacemos con el disco?
– A ver, ponlo aquí.
– ¿Pero así?
– ¡No coño! Sácalo de su envoltura.
– Si lo rompéis la Patri me mata.
– Ves, así, ya está puesto.
– ¿Y ahora? ¿Dónde está la tecla de inicio de reproducción?
– Aquí, en el botón del triángulo.
El mecanismo del movimiento del brazo del tocadiscos retumbó en el silencio de la sala, la aguja empezó a crepitar a través los surcos que en su día Atlantics Records mandó grabar. El riff de Black Dog empezó a tronar, rebotando el sonido por las paredes del aula.
– ¿Se puede bajar eso? ¡Nos van a pillar!
– Esta canción no es, es la cuarta.
– ¿Cómo se pasan las putas canciones?
– ¡Yo qué sé!
– No hay botón para pasar de canción.
– Chicas bajen la música.
– Tiene que poderse, creo que así.
El sonido del arrastre de la aguja saltando los surcos maldijo la sala, pronto, junto al comienzo de la melodía de Stairway to Heaven, se empezó a escuchar golpes en la puerta del claustro.
– Hay que poner el trasto ese al final de la canción y escucharla al revés. – Dijo arrastrando la aguja de nuevo
– Así vais a estropear el disco a la Patri.
– ¿Y como hacemos para que gire hacia atrás?
La puerta era golpeada sin piedad, a voz de “¡Abrid la puerta!” Una de las aspirantes a bruja consiguió invertir el sonido del vinilo, forzándolo con la mano, fue irregular en sonido, pero efectivo.
De pronto se abrió puertas de la sala de música, en dirección tenían una llave de repuesto, dejando entrar a unos profesores asombrados por la peculiar decoración que las tres amigas habían practicado al aula.
Media hora más tarde, las tres hechiceras amateurs, con la mirada baja y la tensión del reo desfilando por el pasillo de la muerte, esperaban a la directora del instituto en su despacho.
– Si al menos nos hubiese salido.
– ¿Quién ha dicho que no ha ocurrido algo?
– Sí, que de esta nos echan.
– Por si acaso, el padre de la Patri es abogado.
– Y tiene un disco rallado.
– ¡Silencio!
Las tres miraron al frente y silenciaron sus palabras. Asustadas, con los ojos humedecidos y sudor frío en cada frente. La directora caminó lenta y ceremoniosa y les arrojó delante de ellas unos documentos envejecidos. Uno por cada una de ellas.
– Bien, me habéis llamado.- La directora tenia una voz animada, como de quien invita a café – A la antigua usanza, hoy se usan métodos más modernos. Pero los acepto. ¿Sabéis cómo funciona esto?
– ¿A qué se refiere? – Dijo una de ellas.
– A nuestro pacto. – Respondió la directora mirándoles desafiante. Su mirada tenía la intensa extrañeza de quien oculta un poderoso misterio, sus ojos, el brillo rojo de las llamas candentes del fuego del infierno.









