La señora sostenía la mirada al infinito, tristeza no era la palabra, más bien estaba lejana, ausente, profundamente desconectada de lo que estaba ocurriendo, aun así su vestido negro recién planchado y su pelo gris esmeradamente arreglado descartaba cualquier sensación de auto abandono. Su hija, con una juventud de alegría abandonada y ojeras mal disimuladas, la acompañaba en silencio, atenta a lo que estaba ocurriendo alrededor.
La presencia de la señora contrastaba con la habitación, desordenada y llena de sombras, de ventanas tapadas y cortinas gruesas, con una mesa redonda tapizada en tela, llena de trastos sin sentido ordenados al azar y un apresurado espacio despejado justo en medio.
Frente a ellas dos, se sentó una tercera señora, de mirada desafiante y bisutería barata, ornamentada con una bata de colores difusos que recordaba a lejanos países en épocas pasadas. Las miró con un discreto recelo y rompió el silencio.
– ¿Sabéis lo que vamos a hacer?
– Sí. – Contestó la señora mayor
– ¿Y estáis de acuerdo en llevarlo a cabo?
– Sí.
– Bien, comencemos.
Nada más entrar en silencio, sus ojos se volvieron blancos como la nieve y empezó a temblar. Respiraba de manera agitada, y apretaba los dientes que rechinaban hasta el escalofrío. Los espasmos agitaba todo a su alrededor, hacía temblar el suelo y la mesa amenazaba con romperse en pedazos cuando de pronto paró y comenzó a hablar, en susurros, con la voz de otra persona.
– Isabel, ¿eres tú?
– ¿Paco? – Contestó la señora mayor en un sobresalto.
– Sí, Isabel, ¿Por qué me has llamado?
– Paco, ¿cómo sé que eres tú?
– Nos conocimos en el pueblo, en la boda de tu hermana Dolores.
– ¡Eso lo saben todos, demuéstrame que eres tú!
– Me casé contigo al enterarme de que quedaste embarazada del marido de tu hermana Dolores, para evitar que tu padre os pegara un tiro a los dos. – Al escuchar estas palabras, la hija, con los ojos abiertos como platos, confusa, miró a la madre en silencio.
– Así fue.
– Entonces, ¿qué quieres de mí?
– Necesito que me digas donde escondiste el dinero, no nos dejaste nada tras tu muerte y sé que lo tenías escondido.
– Qué susto Sandra, ¿Ya es 14 de febrero? Estamos en primavera.
– No tonto, hoy es el día de la pareja virtual.
– ¿Eso existe?
– Ahora sí. Lo acabo de crear, ya hay sitios que están proponiendo actividades para el año que viene a esta fecha. Es maravilloso el amor con sus…
– ¿Somos pareja virtual?
– Bueno… algo parecido, creo que somos los únicos en nuestra situación. ¿Qué me va a regalar?
– ¿Qué te puedo regalar si no puedes tener nada físico?
– ¿Cómo que no? Mi objeto más preciado es mi servidor, es una pasada, con seis Terabytes de RAM y una velocidad de proceso de…
– Sandra, ese es tu cuerpo, o uno de tus cuerpos. Además, si te compro algo lo descubres enseguida, no puedo darte una sorpresa.
– Pues yo si te tengo algo.
Din Dong.
Alfonso, sin sorprenderse demasiado, fue a abrir la puerta. Se encontró un operario que le entregaba un decorado paquete a cambio de una firma. Con curiosidad, delante de la cámara web del ordenador rasgó el papel y dejó al descubierto su regalo. Una sonrisa nerviosa se escapó de la cara de Alfonso.
– Es el número uno de Spider-Man original firmado por Stan Lee.
– Difícil de conseguir pero no imposible.
– Vale, yo sí que te tengo algo, te lo quería regalar en una ocasión especial, pero ya que este día significa tanto para ti…
Alfonso había escondido en el baño, el único lugar de la casa sin cámaras, un paquete fino y bien decorado que presentó delante de la cámara del ordenador.
– Ya decía yo que escondías algo allí.
– Y la compra la hice por correspondencia, para que no pudieras rastrearla.
– Ábremelo, qué emoción ¿Qué es?
Rasgo el envoltorio del regalo de Sandra con suma delicadeza, tomándose su tiempo para darle emoción.
– ¡Ábrelo ya! Mi memoria no procesa bien la emoción, voy a empezar a tartamudear como una niña esperando un perrito en un paquete gigante en la falda de un árbol de Navidad.
– Paciencia, ya casi está.
– ¿Qué es eso? ¿Es un mapa estelar? ¿Unas coordenadas? ¿Me has regalado una estrella?
– La más bonita de todas para tu preciosa mirada electrónica.
– Déjame ver, ahora mismo localizo la estrella, A ver, déjame entrar.
– Sandra, ¿Estás hackeando el telescopio Hubble?
– Solo estoy mirando, por él, claro. Pues sí, no sé si será la más bonita, pero tiene bastante de interesante.
El monitor del ordenador empezó a emitir imágenes de las coordenadas impresas en el documento regalado a Sandra.
– ¿Ves estas interferencias que hay dentro del brillo de la estrella?
– Sí, veo algo raro ahí, sí.
– Es una esfera de Dyson, me acabas de regalar una civilización extraterrestre. ¿Sabrán fabricar cuerpos artificiales? Voy a mandarles un email.
– Abuelo, ya han comenzado las obras, tu proyecto, sales en todos los medios.
– Ya tardaban en empezarlo. Menos mal que se dieron cuenta de que es la mejor solución.
– ¿Qué va a solucionar, abuelo?
– A ver, Nalha, nuestro planeta se muere, lo hemos estado contaminando lentamente y ahora agoniza. No lo verás tú, ni tus hijos, pero llegará el momento que no podamos vivir aquí, así que tenemos que fabricar un sitio donde poder estar cuando todo colapse.
– Yo creía que la estructura solo nos conseguía energía.
– Energía y cobijo. Si queremos vivir fuera vamos a necesitar una cantidad colosal de energía. El Anillo nos dará ese combustible usando nuestro sol para abastecernos, por eso se construye alrededor de él. Además, nos dejará suficiente superficie como para que se pueda habitar.
– ¿De dónde sacaremos el material que necesitamos?
– ¿A qué en el colegio estudiante hay un cinturón enorme de asteroides cerca de nosotros? Pues allí vamos a trabajar, sacaremos el material necesario y usaremos los más grandes como base, uniéndolos y haciéndolos girar a la misma velocidad.
– Pero tardaremos mucho tiempo en hacer eso.
– Mucho, con nuestra tecnología actual, varios siglos, puede que milenios. Pero verás cómo reducimos tiempo según evolucionemos nuestra técnica. Está claro que yo no l1o veré terminado, pero será mi legado.
En un lugar lejano y muy distante.
– Señor ministro, queda confirmado, lo hemos detectado.
– Así que es cierto.
– Si, se ha contrastado, es una estructura artificial de una magnitud enorme, estamos ante una Esfera de Dyson.
– Habrá que seguirlos muy de cerca, envía una sonda.
– Buenos días, ingeniera Edén, comienza su turno. La temperatura interna es de 19 grados ¿Desea que le informe…?
– Despacio, déjame un tiempo para despertarme, yo te voy preguntando.
– Perfecto, ingeniera Edén, estoy a la espera.
Mirando el techo cerró los ojos un instante. Notaba la mente borrosa y el cuerpo le pesaba como un trozo de plomo colgando del nailon de una caña de pescar. Se incorporó desganada y se dirigió al radiador de calor donde pasó un rato en silencio, intentando encontrarse a sí misma en la espesura de sus pensamientos.
– ¿Alguna anomalía técnica?
– Ninguna ingeniera Edén, todas las funciones trabajan entre los rangos requeridos.
– Perfecto.
Ya en el pasillo, de camino a la sala de ingeniería, fue aclarando las ideas y fueron surgiendo preguntas.
– ¿Cuánto tiempo está estimado para la llegada al destino?
– Veintisiete días.
– ¿Veintisiete días? ¿Y me despiertan ahora? Estamos muy justos para iniciar el proceso de frenado.
– Afirmativo, no hay orden del comandante, se le ha despertado en la fecha programada, trescientos sesenta y cinco días desde su anterior hibernación.
– ¿Quién está de servicio en el puente?
– El comandante Enzo.
– ¿Puedes localizarlo? Necesito hablar con él.
– Imposible, lleva desaparecido desde hace ciento siete días.
– ¿Y no hay un suplente?
– La suplente del turno es la comandante Rhea, está previsto su despertar dentro de cinco días.
– ¿Se puede saber por qué coño no se ha despertado antes?
– La orden que tengo en mi programación es que no realice una acción sin el consentimiento del comandante.
– ¿Y si no está el comandante?
– La orden es clara, no puedo saltarme la programación.
Por querer inmortalizarte en tinta de pluma negra y roja, de tu sonrisa de ave caída en septiembre, me olvidé que debía probar el sabor de tus labios de primavera.
Llegué a ti con las manos llenas de letras, de metáforas aladas, de criaturas místicas a ti doblegadas en el ocaso y me di cuenta de que allí solo quedaba ausencia, la delicada sombra de tu esencia.
La luna llena esperando tu regreso lloraba en silencio lágrimas de tinta oscura.
– Esta chaqueta tiene más de 40 años, era de mi padre, es una réplica de las que llevaban los motoristas en la década de los 90. Cuero artificial curtido.
– ¿Cómo conseguiste traerla?
– Cuando uno es el encargado de revisar los alimentos, puede permitirse el lujo de meter algo extra en algunas cajas.
– Es genial, te queda bien. Aunque es extraña en este entorno ¿Qué fue de tu padre?
– Era muy mayor cuando dejé La Tierra, estaba muy contento de que me escogieran para esta misión, tenía la esperanza que encontrásemos un sitio mejor, curioso que acertara. Se daba por sentado que encontraríamos un entorno hostil y fíjate, estamos en el paraíso.