Irrumpió en el espacio con violencia. Se exhibió ante todos los habitantes de la cueva, mirándolos uno a uno con descaro furioso. Resopló vapor y desapareció por donde había entrado.
Era un bisonte de invierno. Pelaje blanco como manto helado. Astas de negro azabache reluciente.
Se fue, pero dejó la estela de su presencia.
El sabio del pueblo abrazó el augurio y gritó:
—Hay que salir a cazar. ¡Ya! Todos preparados.
Los hombres partieron hacia el sueño de un mito. Algunos regresarán. Otros no.
¿Es tu pelo? O no sé qué es. Ese aroma. ¿No te ha pasado nunca? Que te transporta. Te lleva a una ciudad anciana, a azahar de marismas, mirando con rabia el futuro entre humos y risas.
Fue entonces cuando te conocí. Desafié tu mirada y me dijiste que sí. Que sería eterno mientras sigamos queriendo. Y que, si no, pues nada: no habría nada que no se diluyera con el tiempo.
Me seguirás esperando en el puerto. A ver si vuelvo. Con la mar en calma, brisa marina y labios de sal.
Volveré con las gaviotas. Acariciando las arrugas de tu piel en cada pared, en cada esquina.
Volveré siempre.
Saurom – Amanecer
Si tu amor fuera una ciudad… ¿Cual sería?
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Unas migas de pan fueron ofrecidas. Todo un regalo. Suficiente para bajar del trono y querer devorarlas.
Él las amaba con locura. Las concebía como bailarinas ruidosas que acudían siempre en compañía, para estar un rato a solas, para agradecerle sus golosinas.
Semillas, grano, legumbres. Sabía bien lo que les gustaba.
Ellas quedaban danzando al compás de su soledad, alimentándolo de vida marchita, de esa que pronto se irá.
Y en su fatigado respirar sentía la emoción de la danza: el vuelo cadente hacia sus manos, la elegancia de pasos erguidos, el vaivén atento de cuerpos asistiendo.
Cánticos de arrullo tornados en despedida con la puesta del sol.
Le gustaba caminar descalza. Sobre un cable eléctrico. Abrazada por el viento, despacio.
Allá en lo alto todo parecía más pequeño, menos importante, efímero: el tráfico denso de alegres colores y humos malolientes, las personas que gritaban a su paso, los tristes reflejos de las nubes dejándose caer en forma de charco.
Todo era anecdótico a un hilo de aire, caminando lento.
El sol se acercaba a verla, calentando sus pasos, meciéndola uno a uno. Avanzaba hacia el abismo con la alegría de una adolescente en fiesta, bañada por la luz de neón.
Caminando, se hizo lejos. Y se volvió turbio.
Un movimiento sísmico, ondas chocando contra sus dedos, la hizo tropezar en el último intento: rompió el equilibrio, derramó su atención en el horizonte, sacó su fragilidad de la línea y la lanzó al espacio.Y en mitad de la espiral del vacío voló.
Apparant – Goodbye
Unas migas de pan fueron ofrecidas. Todo un regalo. Suficiente para bajar del trono y querer devorarlas.
Los gritos vivían bajo la mirada feroz que custodiaba el lavabo.
La puerta se abrió tímidamente, dejando tras de sí una melodía oxidada.
Se quitó los auriculares. Los gritos se aplacaron.
Su mirada, melancólicamente maquillada, se posó sobre la jovencita que acababa de entrar.
—¿Qué quieres? —¿Qué tienes? —Tengo de todo… —De todo no me vale. Quiero lo mejor. —Lo mejor vale caro. —Da igual, broh. Lo quiero. —Chocolate. —¿Qué chocolate? —Ese que tú piensas. —Lo quiero. ¿Qué quieres tú a cambio?
El golpe traicionó el intercambio.
Tras las dos jóvenes apareció el monstruo. La temida profesora de francés.
Ahora empezaría la matanza.
—Señoritas, ¿qué se supone que estáis haciendo aquí? —Nada —dijo una de ellas. —¿Ah, sí? —Profe —intervino la que dominaba el baño—. No pasa nada. A María le ha venido la regla y no sabía qué hacer. Yo solo la acompañaba. —Es verdad —añadió la otra.
La profesora las miró en silencio. Olfateaba el engaño en el aire.
—A ver… ¿qué tenéis en ese bolso? —Ahí no hay nada. —Enséñame lo que hay dentro o hablaré con vuestros padres.
Se miraron. Bajaron la vista. Le entregaron el bolso.
La maestra lo abrió despacio. Observó su contenido.
Una sonrisa se le escapó de los labios. No era maliciosa. Era cómplice.
—Señoritas —dijo bajando la voz—. Yo veo bien el intercambio de golosinas. Quienes no lo aprueban suelen ser bastante estúpidos.
Las dos jóvenes la miraron, incrédulas.
—Disfruten de sus calorías vacías. —Pero no abusen de ellas, ¿vale?
Kim Dracula – Land Of The Sun
🖤 Dark Trap
No es solo música. Es un estado de ánimo con ritmo.
Nace del trap, pero sustituye la ostentación por melancolía, ironía y una agresividad estética controlada. Sus protagonistas visten oscuro, hablan poco y convierten el dolor en imagen. Parecen peligrosos, pero suelen estar rotos con educación.
Es la tribu del malote triste, del “me da igual” que en realidad significa “me importa demasiado”.
🖤 Emo Revival
No confundir con el emo clásico de flequillo y drama explícito.
El emo revival es hijo de la nostalgia y de internet. La tristeza ya no se grita: se curra, se estiliza, se vuelve elegante. El maquillaje corrido no es descuido, es lenguaje. No buscan llamar la atención: saben que ya la tienen.
Es una tribu que entiende el dolor como identidad temporal, no como condena.
🕸️ E-Girl / E-Boy (vertiente oscura)
Nacidos en redes, criados por el algoritmo.
Mezclan emo, goth suave, trap, anime y cultura gamer. Viven conscientes de la cámara, del encuadre y del gesto. No fingen emociones: las representan, que no es lo mismo.
No es superficialidad: es supervivencia en un mundo que te mira todo el tiempo.
Fue como una sola gota cayendo en un océano sin luna. Así mantenían su secuestro: en el silencio profundo de un cuerpo inmóvil, atrapada en un descanso enfermo donde ni siquiera el leve temblor de los párpados sobrevivía. Pero antes de entrar en su sueño, primero teníamos que encontrar su cuerpo en el mundo despierto.
Pocos días después de capturar a Ikelos comprendimos la urgencia. Para hallarla, me adentré en la puerta del soñador electrónico, a reclamarle aquel favor pendiente. No encontré contacto ni presencia, solo una pantalla suspendida en la nada, con un mensaje único:
«Por favor, espere».
Desperté sobresaltado: sonaba mi teléfono.
—¿Hola? ¿Quién es?
Una voz artificial respondió con calma quirúrgica:
—En breve recibirá un correo con los datos necesarios. Memorícelo y destrúyalo. Me pondré en contacto cuando sea posible.
Colgó. Minutos después, el correo llegó: una dirección y los teléfonos de todos mis compañeros oníricos. Incluso el de Ikelos. Como el idioma podía ser un obstáculo, escribí a todos por texto. Más fácil de traducir. Más humano.
El vaquero era un mexicano de cincuenta años que vivía en Orlando. Fue el primero en contestar, con un español perfecto y una voluntad sincera de ayudar, aunque no pudiera moverse de su ciudad. Los gemelos Wilson resultaron ser una pareja de japoneses que vivían en Londres. Les pareció que la aventura merecía el riesgo: “Seguiremos la pista de nuestra dama de verde”, dijeron. Katty, la chica-gato, era una estudiante de Derecho, venezolana afincada en Madrid. Se asustó al principio, pero aceptó colaborar “en lo que mis nervios permitan”.
Entonces ocurrió el pequeño milagro: el ping de un mensaje. Nuestro amigo electrónico nos tendía la mano. Un billete rumbo a Roma.
¿Pero qué nos esperaba allí?
El motor del avión me arrulló hacia el sueño. Regresé a mi campo de puertas: la del soñador electrónico estaba entreabierta. Asomé la cabeza. Solo una pantalla, un cursor parpadeante esperando órdenes.
Desperté con una tormenta partiéndome el sueño en dos. Y por primera vez en meses, fui incapaz de volver a dormir.
Desde la ventanilla, Roma se abría como un recuerdo antiguo. A lo lejos, el Coliseo.
Chelsea Wolfe – House of Metal
“La tormenta no terminó al aterrizar. Solo cambió de forma.”
Esta mañana me asomé al espejo y no me reconocí. ¿Quién era ese tipo tan raro? ¿Qué pintas llevaba? ¿Qué demonios estaba pasando detrás del espejo?
Caí al poco tiempo. Era mi yo de 20 años. Qué extraño: lo tenía encerrado entre recuerdos, justo entre mi primera borrachera y mi primer ascenso.
—Oye, tío… lo siento —me dijo el joven del espejo—. Me robaste mi tiempo antes de merecerlo. Ahora te pido prestado algo de tu momento actual. Ahí te quedas, pringao.
Y ahí me quedé. Detrás del espejo.
Mi joven yo había despertado hace poco. Al empezar a navegar entre reels, feeds y filtros. El algoritmo se equivocó conmigo y me mandó a una chica de negro, pelo liso y rostro blanco como el miedo. Él se enamoró al instante y fue a su encuentro. Debí haberlo supuesto.
Con mi dinero y su pellejo quiso vestirse de nuevo: de negro, con aroma a cuero, peinado rebelde y botas altas de montar en moto. Y en mi cara apareció la rabia de quien sufre el acoso de todos. De quien no está conforme con nada.
Quiso buscarla en el pueblo; necesitaba verla. Pero no supo encontrarla. Así que asomó su cresta morada en mi imagen reflejada.
—Oye, tío… ¿dónde la puedo encontrar?
—Desde la fotografía que te enseñé —le dije—, en ese apartado tan peculiar.
Yo no era tonto. Ni ahora, ni entonces. Así que pronto dominó el arte de deslizar el dedo índice. Y logró encontrarla. Encontró el secreto que llevaba a sus palabras. Pero no le bastó. Se moría por abrazarla.
Se llamaba Sara. Amar la oscuridad era su forma de respirar. Escuchaba canciones tristes de rabia entre descargas eléctricas. Dibujaba muñecas rotas en papel de plata y soñaba vivir en una película de épocas pasadas.
Pero vivía lejos, me decía. Y no podía hacer nada.
Mi yo pasado se cansó de vivir un presente que no era suyo, esperando un futuro que nunca llegaría. Me devolvió el testigo y se escondió en el olvido.
Cómo decirte, mi joven alma errante… que la chica de la pantalla —esa que tanto te fascinaba— ni siquiera era humana.
PPM – Regreso al Punk
En un lugar lejano, un corazón de silicio aprendió a echar de menos.
Siempre me apasionaron las historias cortas —esas que, sin tiempo para respirar, ya han ocurrido. La tuya fue tan breve que la luz del sol la convirtió en polvo. No hubo zapatos de cristal, ni carreras hacia un aeropuerto, y de tu rostro sólo quedó el aroma de un beso.
Y, sin embargo, aún recuerdo mi torpe danza sobre tu movimiento; la dulce melodía de tu mirada; las risas de la guitarra mientras girábamos alrededor de la hoguera; la tocata y fuga de encontrarnos ocultos, cazarnos y devorarnos.
Nuestro adiós fue eterno. Y nuestro amor quedó intacto.