La mota azul

Dos adolescentes observan el cielo extraño desde un mundo lejano, ajustando un viejo telescopio bajo un firmamento gris, donde flotan estructuras titánicas y brilla en la distancia una diminuta mota azul: la Tierra. Imagen de ciencia ficción realista, exploración juvenil, Dyson sphere sky, nostalgia cósmica.

El cielo allí arriba no era del todo cielo. Se extendía como un velo inmenso, grisáceo y sucio, donde la luz no provenía de un único punto sino que parecía filtrarse, difusa, desde todos los rincones a la vez. No había azul, ni estrellas, ni nubes. Solo destellos errantes, que parecían moverse cuando uno no miraba directamente, como si el horizonte jugara a cambiar de forma.

La claridad no variaba mucho con el paso del tiempo, como si el día no supiera morir ni la noche supiera nacer. Una claridad cansada, pálida, demasiado uniforme. Y aun así, en algunos lugares, la luz rebotaba con más fuerza, dejando manchas brillantes en el cielo que cegaban si se miraban demasiado tiempo.

A veces, fragmentos oscuros, casi como islas suspendidas, cruzaban lentamente por encima, proyectando sombras extrañas que viajaban a través del paisaje como animales dormidos. Y entre esas sombras, dispersos, algunos puntos diminutos titilaban, débiles, perdidos en la inmensidad, como si fuesen estrellas mal colocadas.

Pero ninguna parecía tener vida propia. Todo parecía parte de algo más grande, algo que respiraba sin que nadie pudiera verlo.

Y sin embargo, ahí estaba: una diminuta mota de polvo azul.

—¿Ves? Es esa.
—Que no, te has equivocado de coordenadas.
—Fíjate en el mapa, tiene que estar ahí.
—¿Has tenido en cuenta la traslación?
—Sí, claro que sí. ¿Y tú has tenido en cuenta la nuestra?
—Ups.
—Que sí, que está ahí. Calibra bien ese telescopio.

Ajustó el telescopio de aficionado, con su lente rayada y su enfoque manual, que apenas podía compensar las vibraciones del terreno. No era más que un viejo modelo analógico, óptico puro, de esos que funcionan por simple refracción, sin ayudas digitales, sin estabilizadores, sin filtros solares que aquí hubieran venido bien.

La búsqueda fue un juego de paciencia: demasiados reflejos cercanos, demasiadas estructuras suspendidas que devolvían destellos falsos. La luz del Sol, aunque filtrada por kilómetros de paneles, seguía rebotando en cada fragmento metálico y hacía del cielo un mosaico confuso.

—¿Dónde conseguiste esa antigualla?
—La trajo mi padre a escondidas en un módulo de alimentos. Pero a que está chulo, ven, mira, mira.

Allí estaba, justo al borde del campo visual: un punto azul pálido, apenas visible contra el gris sucio del espacio local. Sabía que, a esa distancia, la Tierra no superaba una magnitud aparente de -3 o -4, y eso si la atmósfera solar no dispersaba el brillo. Mucho menos brillante que Venus desde la Tierra, mucho más tenue que la mayoría de las balizas orbitales cercanas.

—Qué mal se ve.
—Es lo más cercano que vamos a verla.
—Dicen que ya hay vuelos regulares.
—Sí, tardan un par de meses y cuestan un riñón. Mi padre dice que, salvo el cielo y el mar, no es tan distinto. Creció en una ciudad llena de polución y aquí al menos tenemos aire puro y árboles.
—En clases nos ponen documentales de selvas enormes con un río inmenso y multitud de animales. Aquí solo tenemos el canal, que solo tiene patos y ranas.
—Nuestro módulo es pequeño. Dicen que en el cuadrante viejo tienen una reserva natural que ocupa todo un módulo, con un pequeño océano y todo, donde tienen ballenas.
—¿Ballenas? ¿Y eso por qué no lo ponen en la red? Me gustaría ver ballenas.
—Lo hacen para que no empiece a ir todo el mundo hacia allá y fastidien el entorno.
—Pues yo quiero ver animales.
—Mírate en el espejo, macaco.

Y así, entre risas y discusiones, el punto azul quedó atrás, diminuto e inalcanzable, perdido entre los engranajes de aquel cielo roto.

Los dos chicos guardaron silencio unos segundos, como si temieran que al hablar demasiado fuerte el mundo se hiciera humo. Luego, sin más, bajaron el telescopio y siguieron caminando, saltando entre las grietas del terreno, con la certeza de que, algún día, alguien encontraría un camino de vuelta.

Dorian – Materia Oscura

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Comentarios

Una respuesta a “La mota azul”

  1. Avatar de POETAS EN LA NOCHE

    Aún en tus historias llenas de fantasía, encuentro mucha poesía al describir todo, ese cielo, esas manchas negras, los animales, las ballenas y a esos chicos mirando por ese viejo telescopio.
    Me encanta como describes.
    Feliz domingo.🌷

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Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.