
Con paso firme y cara descompuesta, Karel llevaba más urgencia que prisa. La llamada de la tierra no perdona, y esta no iba a ser una excepción. Llevaba un buen rato aguantándose y, justo cuando metió la llave en la puerta, la tripa le rugió como un animal extraño, aullando dentro de dolor. Arrojó las llaves en la mesa, atravesó el pasillo y se encerró en el baño sin prender la luz.
Y entonces la vio.
En la pared, justo encima del toallero, una polilla inmensa, con una vibrante inmovilidad, dibujaba un extraño relieve de sombras. Tenía un dibujo oscuro en el lomo. En la penumbra, parecía una calavera.
Se le heló el cuerpo, pero la necesidad le obligó a priorizar. Se sentó sin dejar de mirarla, como si fuera a abalanzársele en cualquier momento. No se movió. Él tampoco.
Entonces ocurrió algo raro. La polilla hizo un ruido seco, imposible de ubicar. No era un zumbido ni un batir de alas. Era un sonido agudo, corto, como si estuviera hablando.
Él parpadeó.
—¿Qué? —preguntó, en voz baja, sin saber por qué.
La polilla chilló otra vez. Más largo esta vez. Un mensaje hipotético parecía escaparse de sus alas, con urgencia por ser comprendido.
Se inclinó queriendo acercarse, con la precaución de quien espera la horca. La polilla no se movía. Solo emitía ese sonido, cada vez más parecido a un intento de palabra.
Cuando estuvo a apenas medio metro, se dio cuenta.
La mancha en su espalda no era una calavera.
O no solo.
Eran ojos, una nariz, una boca entreabierta. Como si alguien estuviera atrapado dentro del insecto.
Retrocedió.
Se quedó allí, inmóvil, con los pantalones todavía mal subidos, el corazón acelerado.
La curiosidad —esa que dejó al gato sin una sola vida— quiso vencer al miedo, y se acercó más. Aquellas alas siniestras pronunciaban un misterio, una historia de fantasmas con un fúnebre final, quizás, pero no entendía nada.
Intentó acercarse más y más, todo lo que podía sin levantarse de su trono impuesto. Fue entonces cuando lo vio con claridad. Las palabras imposibles cedían el paso a otro enigma: la figura del lomo del insecto. Al acercarse recordó el rostro severo de su madre muerta.
—¡Joder!
Retrocedió con tanta fuerza que retumbó la cerámica. Pero quiso creer que el mensaje era importante y se inclinó de nuevo, esta vez sin importarle incorporarse un poco.
El ruido fue tomando forma de frase.
—Bzzzz, bzzzz, bzzzzz…
La frase se convirtió en sentencia inquisidora.
—Karel, bbndado, bddq, bbbs, a manbzz, bzzzzz…
El temblor de sus manos era superior a su agudeza de entendimiento.
—Kaaaarel, cuidado bzzzz…
Les separaban pocos centímetros cuando lo comprendió todo.
—Karel, por Dios, no seas asqueroso y no manches el suelo.
La polilla entregó su mensaje y salió volando, indiferente a la cara de mal humor de Karel. Se sentó en condiciones e imaginó una sonrisa. Imitándola, dijo en susurros:
—Yo también te echo de menos, mamá.
Radiohead – Daydreaming
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.