
Querido diario:
Esta noche me llamó una presencia confusa, una señal extraña. Sentí el movimiento sereno de un funambulista en medio de una tormenta. Tras una nueva puerta, una nueva incógnita.
Al entrar, me encontré dentro de una vivienda colonial americana, con su amplio recibidor que desembocaba en un salón recargado, desordenado, lleno de contrastes: muebles antiguos, paredes blancas, retratos de personajes de cuentos. Todo era un dibujo, hecho a crayón por un niño.
Subí las escaleras siguiendo el rastro perdido de aquella llamada. La inminente sensación de peligro se disfrazaba de tranquilidad. En una puerta leí: “Estudiando, no molestar”. Más que una advertencia, fue una invitación que acepté con agrado.
Dentro había una pequeña figura sentada en un sillón antiguo. Parecía dormido, aunque sus ojos estaban abiertos. Su mirada estaba fija en un televisor viejo. En la pantalla, la silueta de un niño sin rostro caminaba al borde de un precipicio.
—Eh, jovencito, ¿ocurre algo? ¿Estás bien?
Silencio. Ningún movimiento.
—¡Eh, niño!, despierta.
Lo zarandeé, pero no reaccionó. Salí de la habitación buscando respuestas y vi una trampilla abierta en el techo. Subí la escalera y me encontré en el cielo. Entre nubes había un cable extendido y, en medio, un niño caminaba sobre él.
—Hola, ¿cómo va? Soy tu vecino.
—Tengo miedo… me voy a caer.
—Tranquilo, ¿cómo te llamas?
—Emilio. No sé cómo cruzar.
—Emilio, escucha: estás en un sueño.
—Sí… pero aun así me puedo caer.
—Entonces comprendes que sueñas, ¿verdad?
—Sí, pero siento que igual puedo caerme.
—Vale. Pero en este sueño puedes decidir. Tú puedes volar.
—No… no puedo.
Lo miré. Estaba aterrado. Intenté imaginar alas, convertirme en un pájaro, avanzar a su lado. Pero entendí que su problema no era el miedo: en verdad estaba caminando en la realidad, dormido, sonámbulo.
—Emilio, tienes que despertarte.
—No sé cómo.
—Solo deséalo. Abre los ojos y mira hacia arriba.
—Me da miedo.
—Hazlo. Despierta.
Entonces ocurrió: un tornado de luces desgarró el cielo. Todo se volvió materia líquida, girando con violencia, y fui tragado por aquel remolino. Corrí, aceleré, hasta que logré salir. Desperté sobresaltado, sudando.
Y comprendí, justo a tiempo: en algún lugar del mundo, un niño se incorporaba aterrado, al borde de la barandilla de un balcón. Nadie había notado que su cama estaba vacía.
Nick Cave & Current 93 – All The Pretty Little Horses

Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.