
Sabes que es un buen despertar cuando el aroma a café y la mente despejada te animan a saltar de la cama.
Hoy no era uno de esos días. El silencio, roto por la tos y el hedor a tabaco, nubló mis ganas de ponerme en pie. Aun así, mi refugio de cuatro sucias paredes y el ruido de los gritos empujaron mi cuerpo a enfrentar el amanecer.
Recordé un suspiro en mi ciudad natal, besé con la mirada una lejana fotografía y salí de casa con la vista al frente y el corazón a la espalda.
Mis huellas hablaban mucho de mí, pero más aún del lugar donde caí. El ausente asfalto agrietaba el camino hacia el sitio al que quería pertenecer.
La ciudad sonreía si la dicha era buena, y la dicha tenía sabor acuñado en timbre: esa era la condición que debía cumplir.
Ya no era por mí.
Tenía vidas que proteger más allá del mar, donde el dolor se enfrentó a la codicia y la luz consiguió escapar.
La espera ya no ocurre en una larga cola ante la puerta de un edificio. Pero sigue habiendo espera.
Es el mal de no tener.
Y aun así, doy gracias.
Estoy en un palacio del conocimiento, donde las palabras dormidas en papel ahuesado compiten con el brillo eléctrico de una estación digital.
Esperando una vacante en un terminal, mi mundo cae de nuevo en el terror de no poder…
y en la esperanza del “aún hay más”.
Parpadeo de luces, intriga de corte real. Las teclas susurran un secreto.
Y, de pronto, el escudo en un sobre abierto en plano.
Me dicen que lo tengo.
Que lo tengo.
Que ya lo tengo.
Sabes que es un mal día cuando la espera te mata y se hace de noche.
Pero hoy no es uno de esos días.
Hoy habrá una estrella en Oriente que vendrá a mi camino.
Led Zeppelin – Yallah
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.