
Apresurando el paso, recorrió con la mirada los bancos de la iglesia, no encontró a nadie. Pensó sobre el declive del catolicismo y continuó su búsqueda, tampoco había nadie allí. Dio con una pequeña caseta de madera, supuso que era el confesionario y tocó en la puertecita del lateral.
– ¿Padre Anselmo? ¿Es usted?
– Sí señorita, por la ventanilla, por favor.
– OK, Padre Anselmo…
– Qué clase de educación es esa. Ave María purísima, ¿no?
– Vale, sí, ave María purísima. Es que…
– Sin pecado concebida. A ver, cuénteme…
– ¿Qué le cuente? ¿Qué le cuente qué?
– Madre del Amor Hermoso, pues ¿qué va a ser? Sus pecados.
-Bueno, pues le cuento. Esta noche me acosté con alguien que no era mi novio.
-Pero hija, ¿qué edad tienes?, si eres casi una niña.
– No, padre, tengo 23 años, ya tengo edad de pecar. ¿Le vale?
– Si, hija, ¿y qué más?
– No me va a decir que con lo deprisa que vienes va a ser el único pecado.
– Es verdad, padre, me ha pillado.
“Hace un año comencé una relación saludable, fue con mi primo, pero creo que eso no entra en pecado. Descubrimos el sexo juntos, al principio tímidamente. En poco tiempo quisimos experimentar más, diferentes posturas, diferentes juegos de identidad, ya sabe, la conejita con las orejas gachas y el granjero con la azada tiesa. Juegos de lo más inocente hoy en día. Pero no nos satisfacía, así que decidimos grabar videos y enviarlos a desconocidos, a veces por dinero, otras por pura pasión. O vicio, llamarlo como quiera.”
– Pero hija, eso es pecado mortal, vas a tener que rezar cinc…
– Perdone, Padre, pero todavía no he terminado.
-¿Todavía hay más?
– Si, padre, ¿no quería más? Pues ahí lo tiene, ha desatado a la bestia.
“ Pronto empezamos a juguetear con otras formas de placer, nos vestimos de cuero y látex, usábamos látigos y cadenas. Yo lo trataba como un perro, él me hablaba con respeto y eso lo volvía loco. Pero a mí no me gustaba, así que empecé a conocer a más gente. Ayer mismo, como ya sabe, quedé con uno de ellos. Que resultó ser su padre.
– ¿Mi padre?
-No, Padre, el de mi chico. ¿Quiere que le cuente los detalles?
– Válgame el señor. No.
– ¿Y hablando de Padres? ¿Sabe lo que realmente me hace hervir la sangre? Los señores con sotana. Me ponen mucho.
– Vale, hija, ya está bien. ¿Realmente has cometido tales atrocidades?, ¿Son ciertas las historias que me estás contando?
– No, Padre, soy de la empresa de paquetería que ha contratado la Diócesis.
– ¿Cómo?
– Que venía a entregarle este paquete, pero como insistió, le quise dar una ración de pecados. Firme aquí, por favor. Y rece tres Ave María, que le va a hacer falta.
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