
El camino se hizo largo, enrevesado de espinas y árboles atormentados, de cuestas escarpadas y lamentos en el viento que, pegando fuerte en la cara, congelando sus lágrimas en la senda. El esfuerzo mereció la pena al ver que era cierto. Entre los dos árboles cruzados estaba el altar, en un círculo de runas de piedras, antiguo como el propio bosque.
Sin darse ni un respiro y con mucho cuidado, se descolgó el objeto que portaba en la espalda y lo puso encima de la mesa de piedra. Era un conjunto de mantas de piel de cabra con un respaldo rígido y una serie de correas para permitir su carga. Al extenderla, entre medio de un nido de telas más suaves, había un bebe protegido. Lo depositó justo en el centro del altar y comenzó su rezo.
El niño estaba casi inmovil, lloraba suave, ajeno a lo que ocurría. La fiebre era demasiado alta como para distinguir la realidad. Ella cantaba entre lágrimas una plegaria, invocó al viento, que se arremolinaba alrededor.
Invocó al fuego y ardió en círculo.
Invocó al agua y comenzó a llover dejando un claro en la posición de ellos.
Por último, invocó a la tierra y esta tembló.
La luna salió de su escondite de nubes y derramó su luz en la criatura, que empezó a elevarse en el aire. Quedó suspendido a la altura de la mirada de la mujer, que seguía con su oración, con los ojos entrecerrados y cara de angustia.
– El niño está muy enfermo, bruja. – Dijo una voz de procedencia desconocida. Parecía salir del bosque, pero a su vez del cielo, de la copa de los árboles y del suelo que pisaba la dama.
– Pero, ¿podrás salvarlo?
– Sí, pero voy a necesitar tu energía.
– ¿Eso me matará a mí?
– No, pero estarás muy débil, no podrás alimentar ni proteger a tu vástago, morirá sin remedio.
– Pero, tiene que haber una forma.
– Solo puedo hacer algo.
– Lo que sea necesario.
– Puedo encomenderos a la luna.
En ese momento, ella empezó a temblar, sus ojos se volvieron grises y sus piernas quedaron quebradas, su cuerpo se cubrió de pelo oscuro y su canto se volvió aullido de dolor que la dejó agotada y tumbada de lado frente al altar.
El lobezno, con esfuerzo, saltó del altar y se refugió en el pecho de su madre, ansioso por alimentarse después de mucho tiempo sin lactar.
Megadeth – She-Wolf
Replica a Sebastián Iturralde Cancelar la respuesta