
Entró precipitando el portazo, con la furia ciega del que no entiende y con dolor. Dolor de palabras ignoradas, pero que llevan la verdad en la espalda. Una verdad absurda, pero tan real como las lágrimas que asomaban lentas en su mirada.
– ¡Me llaman bicho raro!
– ¿Quién te llama, bicho raro, Nerea?
– ¡Todos! Los niños del patio, los del colegio, hasta la vecina, esa que se esconde tras su ventana, sé que me llama bicho raro.
– No les hagas caso.
– Mamá, ¿por qué soy distinta a los demás?
– Pues yo no te veo tan distinta.
– Mamá, que mi piel es mucho más clara que la tuya.
– Vale, tenemos la piel distinta.
– Y las orejas tuyas acaban en punta, las mías son redondeadas.
– Bueno, eso no nos hace muy distintos.
– ¿Qué no? Soy un bicho raro.
– Nerea, que tengamos diferencias físicas, no nos hace mejores o peores.
– Sí, pero se meten conmigo.
– Hablaré con sus madres, a ver si les parece gracioso.
Todavía mirando al suelo, limpiándose con las mangas la cara, consiguió un brillo de coraje entre lágrimas que le permitió saltar de una preocupación a otra.
– ¿Volverán mis padres algún día? Los de verdad, digo.
– Me prometieron que volverían. ¿Te he contado la historia de cuándo vinieron?
– Sí, pero cuéntamela otra vez.
“Cayeron del cielo como una estrella fugaz, formando una bola de fuego que se estrelló en la montaña. Creíamos que eran los dioses, que querían castigarnos por nuestros pecados, pero resultó que necesitaban nuestra ayuda. El aparato que usaban para viajar entre mundos quedó averiado, quedando en un lugar desconocido para ellos.
Nuestro pueblo es hospitalario por naturaleza, no fue difícil enseñarles que no somos una amenaza para ellos, así que comenzamos a ayudarles. Los instalamos en nuestros hogares y les enseñamos el entorno. En pocos meses ya eran capaces de desenvolverse. Pasaron años y compartimos muchos momentos. Creamos una comunidad que nos beneficiaba a ambas especies, ellos nos enseñaron tecnología desconocida y nosotros le guiábamos en el entorno, les descubrimos una naturaleza que, para ellos, era desconocida.”
– Pero se marcharon.
– Tu madre era piloto. Descubrieron la forma de hacer funcionar una pequeña parte de la nave. Creían que eso era suficiente como para lograr llegar al sitio que conectaban con su mundo natal.
– ¿Y por qué no me llevaron?
– Era peligroso para los niños. Además, no había espacio ni recursos para que pudieran sobrevivir todos.
– Mamá, ¿es verdad que aquí hay gente como yo?
– Sí, un pueblo entero. Pero tu madre me pidió que fuera yo quien te cuidara.
– ¿Pero, por qué? ¿Por qué no me dejo con los que son iguales que yo?
– Para protegerte del rencor de los que no se pudieron ir.
VNV Nation – Illusion
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.