
El suelo era rojo, arenoso, con pequeños guijarros color arcilla. Había una huella bien impresa con la forma de la suela de una bota. Destrozando el centro de la forma impresa en el suelo, justo donde se leía claramente, NASA, apareció un apéndice que transportaba un ojo. Pestañeando a ratos, hizo un giro completo y miró hacia abajo.
A su lado comenzó a salir otro ojo, imitando a su congénere, aunque de una manera más lenta. Siguió con la mirada el camino de huellas que se perdía en las dunas rojizas del paisaje y entonces se permitió pestañear.
– ¿Otra vez están aquí? – Le dijo un ojo al otro.
– Ya ves, la última vez, el individuo metálico estuvo dando vueltas por toda la superficie.Vaya ser más extraño. Recogía rocas, yo supongo que se las comería. En una ocasión hizo un agujero en la tierra con un apéndice giratorio, que casi le dio en la cabeza a Pgñor.
– ¿Sabes lo que quieren? ¿Alguien ha hablado con ellos?
– No, el individuo hacía ruiditos incomprensibles, parecía muy poco inteligente. A veces le daba por chocar constantemente con la misma piedra, otras se pasaba horas caminando en círculo. Ni idea de qué estarán buscando por aquí. Igual tienen hambre, aquí hay muchas rocas.
– Será que de donde vienen no hay.
– ¿Qué no hay rocas? ¿Qué lugar conoces que no las haya?
– ¿Será que las que hay aquí son más sabrosas? Quizás deberíamos ofrecerles algunas como acto de buena fe. Aunque los que han venido ahora son algo distintos, tienen dos patitas, dos bracitos y un cabezón monumental. Quizás coman otras cosas.
– Les podemos ofrecer unas raíces de Kgbrauna.
– Muy sabrosas las del tío Rñ Fauro, ¿cómo lo hacemos?
– Mejor se las tiramos, por eso de mantener las distancias.
– ¡Vale!
Era muy distinto ver el paisaje desolado desde la comodidad de la base que caminar por aquí. El cielo, enrojecido por el reflejo del propio planeta, daba el aspecto fantasmagórico de una película de John Carter al paisaje. Eric Moore sentía el calor del orgullo de ser el primer humano en pisar estas tierras, seguido de su compañero Vladímir Ivanov y RAI el primer autómata dotado de inteligencia artificial expresamente ensamblado para esta misión.
Habían recorrido casi dos kilómetros, con una visibilidad mínima por la suspensión de polvo del ambiente, haciendo el trayecto monótono. Las dunas de arena le recordaban los pasajes que recorría Paul Muab´dib en las novelas de Frank Herbert. En una pausa para recuperar aliento, sintió un golpe en la parte trasera del casco. Se dio la vuelta con preocupación, pero no pudo divisar nada.
– Vladímir, ¿me copias?
– Afirmativo, Eric, estoy pendiente.
– He notado algo en la parte posterior de la escafandra, ¿has visto algo extraño?
– Nada, ningún sensor me ha señalado algo anormal.
– Parece que el extraño no ha visto la raíz de Kgbrauna. – Le dijo el ojo que sobresalía de la huella al otro que estaba a su lado.
– Tírale una más grande.
El golpe esta vez fue tremendo, tanto que le hizo caer quedando postrado a gatas. Al mirar atrás, no podía creer lo que vio.
– Vladímir, me acaban de lanzar un objeto. ¿Habéis captado algo?
– Esta vez sí, un objeto redondo, como un balón de baloncesto, ha salido de debajo de la tierra. ¿Ves el proyectil?
– Sí, parece un nabo, una zanahoria redonda de color granate, vamos, una hortaliza.
– Cuidado, agáchate, que viene otra.
– ¡Coño, Vladímir! ¡Avisa a Houston! ¡No atacan los marcianos!
The Ghost Aura – In Machine
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