
Cierto día, dibujando nubes en mi cuaderno viejo, descubrí con espanto que había vocales que, como presos de pánico en una cárcel de situaciones incómodas, estaban huyendo de mí.
Me di cuenta de la desaparición de la a cuando, al expresar alma, apareció en su lugar el éter, que con su efluvio desordenado me invitó a la calma. Yo, carente de la comprensión de la letra en fuga, quise entender que era el colmo, condenado el significado de la paz, convirtiéndola en la lid de un ejército sin batalla.
Se me atragantó la vocal, cuando quise amar y solo supe querer, cuando al caminar solo pensaba en volver y cuando un rato después, la presencia de la desaparición de mi amiga sonora, se convirtió en tartamudeo sordo, no solo por no ser capaz de pronunciar, tan solo poder enmudecer, sino que además, la mar se convirtió en lamer y en vez de llorar, al no poder usar mis lágrimas, solo me quedó querer perder y esconder las palabras.
Fue en un grito que supo a sorpresa cuando, de repente, en un atisbo de cordura, encontré a la letra que se había quedado muda. El miedo de la rima fácil que, con mi ingenio también perdido, y mis ganas de recuperar el tiempo, que en la juventud tanto gastaba, la había hecho esconderse en el paladar, justo en su curva, simulando ser la d de duna.
Fue más fácil de encontrar la erre que se quedó entre mis dientes, Cuya ausencia me obligó a hablar en chino cantones, o la y griega, que vino sola, expresando afirmativos sajones, o cuando se extinguió la equis, que todavía no sé si existe o es tal vez, el amor de una madre en la alegría imberbe del día de antes de la noche de reyes.
Love of Lesbian – Planeador
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