
Infinidad de destellos tintineaban en la noche. El cielo de verano, limpio de nubes, apartado de contaminantes lumínicos, regalaba un espectáculo brillante de estrellas. Con el dedo, Meissa jugaba a darles forma uniéndolas con una línea imaginaria.
– Pues yo no le veo forma.
– Que sí. Solo tienes que unirlas, ya verás, tiene forma de…
– ¿De cangrejo?
– Bueno, no, es un símbolo, no es una forma exacta.
– ¿Lo ves? Parece más una Y o una X.
– Claro, una Y, un cangrejo de río con sus dos pincitas.
– Pues le faltan las patas y la cola. ¿Quién dijo que tenía que tener esa forma?
– Creo que fueron los griegos.
– Pues qué imaginación, ¿se aburrían mucho?
– No lo creo, estaban bastante ocupados creando las bases de la filosofía.
– Lo que yo digo, eso debe ser bastante aburrido, las estrellas son más bonitas y se puede dibujar con ellas.
– Será por eso que en su tiempo libre se lo pasaban mirando el cielo. Hace frío ya, ¿volvemos a casa?
– ¿Papá?
– ¿Qué, Meissa?
– Aquí se ven muy bien las estrellas, pero en casa casi no se ven.
– Allí hay demasiada luz, demasiados objetos alrededor y, a simple vista, nos impiden ver más allá. Está la esfera, que nos da la suficiente energía para poder movernos hasta aquí, pero nos quita visibilidad.
El hombre sacó del bolsillo un pequeño dispositivo que proyectó una figura holográfica pegada a su mano, manipuló con los dedos de la mano libre sobre la imagen tridimensional y pulsó el lateral del artefacto. Frente a ellos comenzó a abrirse una grieta flotante, cortada por un afilado cuchillo invisible, que fue ensanchando para permitirles el paso a otro lugar.
– ¿Repetimos la semana que viene, Meissa?
– Siiiii.
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