
-Fíjate, Lua, fíjate cómo cae el sol.
La perra, ajena a las palabras de su compañero de paseos, ladraba juguetona a las olas rompiendo.
-Es el mismo sol que se puso en estas playas cuando, hace mucho tiempo, los fenicios desembarcaron aquí. Construyeron un canal para comerciar.
Lua, cansada de correr por la orilla, se sentó a la vera de su amigo, escuchando su discurso atenta, como si le importara. Ladeaba su cabeza para comprenderlo mejor.
– Bajo el mismo sol caminaron por aquí romanos y árabes, personajes como Cabeza de Vaca y Cristóbal Colón, Incluso Hércules, según la leyenda, se paseaba por aquí.
La perra se echó entre las piernas de su compañero de viaje, sabía sin entenderlo que ahora es cuando más necesitaba su cercanía.
-Este mismo sol, Lua, nos vio a Sofía y a mí pasear de la mano. Hasta hace poco. No pasaba una semana entera, sin al menos asomarse un día, a ver cómo el sol se escondía en este mar tan antiguo.
Ella lo miraba con pasión, con la gratitud de quien pide comida, la cercanía de quien necesita el calor al comienzo del invierno. En un segundo se le escapó un gemido.
– No llores, Lua, no pasa nada.
El viejo señaló la primera estrella que empezó a brillar. La perra siguió con la mirada el rastro de su dedo. En su dedo un anillo brillo, con el reflejo de una luna llena de plata, que había cogido relevo al sol.
El anciano empezó a disolverse en el sereno del camino, su cuerpo se iluminó y pequeños fragmentos de él ascendían, como las volutas del fuego en una hoguera.
– Vamos, Lua, ves a casa, dile a Sofía que la quiero. Ah, y que no sea tacaña con tu comida…
Ya no era más que un resplandor cuando la perra dio la vuelta y se alejó corriendo. Contaría a su humana lo que había pasado, pero solo comprendería que lo echaba de menos.
Spiritbox – Crystal Roses
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