
Tu mente era una mancha de tinta tirando a china, sangrando gotas gruesas en el mar de las mil dudas que se deslizaban gritando espacio. Lamentando heridas de claustro sin ventana que, presa del fervor procesado a vírgenes llenas de gracia y salero de poco peso, pues resultó que no llegaban ceros para el cambio de tus hábitos, de pasarela camino a la playa, de bronce extendido por el culto al cuerpo rendido.
Así que salté del barco en marcha a buscar la marea, me rodeé de ruido blanco en vez de hundirme en brea, me escondí en la arena por no ver el sol.
Tal vez debí esperar tu boca, aunque sé cómo roncea, parar frente tu falda y ver cómo vuela, pero no es buena idea, mejor digo adiós.
Si vuelvo y me desangras, yo todavía herido, me pierdo en la constancia del andar de tus latidos, de las curvas de mi huida y esas piernas larga que de finas no terminan si en sueño las conservas.
Por eso, escapo en silencio para recorrer otras tierras. Para sentir frío en caricias de noche, calor en ríos lejanos, donde brillan estrellas ajenas y se hacen cálido el olvido. Donde la paciencia es un sobre sin carta que espera respuesta y la miel sintética escribe ceros al color de piel pintada.
El columpio Asesino – Que No (Deluxe)
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