
En las paredes había símbolos extraños arañados en la roca. Se desprendió de la nieve que cubría sus hombros y comenzó a prender la fogata. Alguien había procurado madera seca para que quien la necesitara la pudiera usar, la tradición obligaba a reponerla. Entonces fue cuando apareció el monstruo.
Medía más de dos metros, por lo que tuvo que agacharse para entrar dentro de la cueva, tenía todo el cuerpo cubierto de un pelo grueso de color naranja pálido. Las facciones de la cara era casi humanas. Emitió un gruñido gutural y se quedó en posición desafiante.
– Sí, son frías noches, saludos.
La criatura profirió otro gruñido.
– ¡Ah! Lo siento, no sabía que este era un lugar sagrado, tendré que buscar otro refugio.
El homínido le hizo un gesto con su peluda mano y comenzó a articular sonidos roncos mientras gesticulaba.
– Vale, hay que rezar a vuestra diosa como señal de respeto para permanecer aquí, pero yo no conozco esa plegaría, es más, no sé si la voy a poder pronunciar.
La criatura emitió un sonido corto y vibrante.
– ¿Qué me ayudas? Vale, todo sea por no pasar frío.
La peluda criatura empezó a emitir un canto, curiosamente bello a pesar de su ronca voz.
– A ver si lo consigo. Graoooooar, Grrrraoaaaaar, mmmm, Graaaaaaa, oaaaaar oaaaar.
El homínido parecía divertirse, parloteaba y repetía el canto una y otra vez, mientras el humano no paraba de intentar imitarlo, intentaba una voz ronca y gutural que parecía imposible para el.
– Casi que voy prefiriendo el frío al dolor de garganta, a ver ahora. Gggraaoooar, Grrraoaaaar, mmmm, Groaaoaa, oaaaaaar, groaaaar.
La expresión del humanoide naranja cambió, de golpe abrazó a su discípulo y se dispuso a parlotear en su idioma.
– Bueno, lo he hecho lo mejor que pude, entonces. ¿Esto me permite poder pasar la noche aquí?
La criatura le puso una mano en el hombro al humano y empezó con su entonación de gruñidos.
– ¿Qué? ¿Qué me adviertes que si llega una hembra puede exigir el derecho de aparearse con quien se encuentre en esta cueva? No, si yo mejor me voy.
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