
Y sin saber por qué me quedo mirando la luna crecer, dejándome llevar por el giro de peonza, a 270 kilómetros por segundo, rodeando la galaxia desde su espiral, expandiéndome en el latido del universo. Siendo silencio en la nota más baja del murmullo de la radiación primigenia, protón entre sus estrellas, la sombra del agujero negro y la luz de una constelación, a eones en el tiempo.
Y sin saber por qué, me siento suspiro eterno en el abismo de lo efímero
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