
– Adrián, esta velada a sido única.
La ventana abierta de par en par consentía que el aroma a salitre invadiera la habitación, desde allí contemplaban las olas romper al compás de los primeros rayos de sol, que asomaban tímidos sin impedir ver las últimas estrellas en apagarse.
– Ojalá fuese siempre así, Ariadna.
– ¿Por qué no iba a poder ser?
– Es demasiado bonito para ser cierto.
– Bueno, estamos aquí, hemos tenido una noche de sueño que me gustaría repetir. ¿Tú no?
– Desde luego que sí, pero…
– No hay peros, Adrián, tú y yo construiremos lo que debe ser cierto o no.
– Pero Ariadna…
– Deja que fluya, Adrián, vamos a tener todo el tiempo del mundo para amarnos si queremos que sea así.
– Claro… ¿nos vemos esta noche?
– Solo si tú quieres, yo te esperaré aquí.
Él acarició la mejilla de Ariadna con el cariño de quien se va lejos, cerró los ojos suavemente y despertó.
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