
De madrugada, Marta sonrió, y escapó de la brillante aglomeración de risas enlatadas en cuartos menguantes. Recorrió solitaria el sendero verde que llevaba al parque, los pajarillos la seguían y se posaban cansados en su pelo. Eran colibríes de colores, los había verdes, amarillos y azul eléctrico. Todos entonaban esa canción.
-Chalalala chalalala.
Tras recorrer parte de la senda, se encontró con un búho enorme, que le miraba con sus enormes ojos, atento, contemplando, extasiado al son de la brisa, recreándose con el lento movimiento de la joven al pasar. Un cuervo negro, de pico amarillo y sombrero de copa viejo, abrió su pico torcido y le dijo.
-Marta, qué buena estás.
– Chalalala.
Un perezoso con alas de libélula que, revoloteando a su alrededor mientras hablaba en francés, fue quien le sacó de dudas. Aquella pastilla azul no aliviaba la migraña, más bien desordenaba la realidad.
– Excusez-moi, mademoiselle, que faites-vous ici ?
– Chalalala, chalalala.
Marta corrió sin saber bien de qué escapar. Corrió hacia el río de peces de color rojo intenso, que sonaban como el claxon de un Ford viejo, esquivó una manada de pandas vestidos con camisetas de propaganda y le gruñían en mandarín. Saltó sobre un tronco de un árbol viejo derrumbado para no toparse con una pareja de bulldogs con destellos azules, que le miraban de reojo sin inmutar la pose.
– Chalalala.
Sus pasos pensaban, su ritmo se calmó y su cuerpo quiso posarse, descubrió que en el camino también había bancos a los lados, eligió uno y desfalleció en él sin remedio. Una grulla se acercó, con discreción, en movimientos lentos y largos, llevaba gabardina marrón y le dijo.
– Marta, ¿Qué haces aquí? –
– Chalalala, chalalala.
– ¿Lourdes? ¿Eres tú?
La grulla tenía la cara de Lourdes, con un pico recto que se fue disolviendo en boca. El bosque latía en su cabeza, pronto empezó a ver personas pasar. Los colibríes revoloteaban entre ellos.
– Chalalala.
– Marta, ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?
– No, Lourdes, no sé que me pasa, estoy muy mareada.
– Ven, que te llevo a casa.
Los colibríes se quedaron ahí, en el banco, volando alrededor, convirtiéndose en moscas y luego en fragmentos de las luces de los locales cercanos, que derramaban su música festiva alrededor de la zona y se veía en reflejos. Marta los vio irse lejos, mientras la realidad se la llevaba en coche hasta un lugar seguro.
Arctic Monkeys – The Hellcat Spangled Shalalala
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