
Ayer, revisando palabras escritas guardadas en dígitos binarios, me di cuenta de los días pasados, de semanas tachadas en un mundo imaginario, de que, girando entre letras, acabé viajando en la traslación completa.
Aun sabiendo que a narrar se aprende contando y que el circunloquio es el pasatiempo del que intenta entretener, he de confesar que he mutado el trazo, he atormentado diéresis y condenado acentos a la soledad de un apóstrofe. Disfruto errando en mis misterios heráldicos, equivocando palabras de lugar y extraviando signos ortográficos que atentan a la sinfonía del texto orquestado.
No tengo dudas, he disfrutado mintiendo al mundo con la fábula de los reflejos, vomitando reflejos proyectados de la nebulosa de mi esencia, arañando garabatos de recuerdos oxidados, la parte más verídica de mis versos inventados. Confundiendo parábolas flotantes con la caricia del viento alisio.
Si debo pensar en futuro, seguiré pintando a crayón, creyéndome sueño profundo, arrullando ríos de tinta con fantasía alada, que despierte de las sombras el claro del bosque y aullando a la luna despertaremos a un sol dormilón que, de tan ardiente, convierta en polvo las estaciones y el agua del mar se derrame a mi espalda.
Para probar la desdicha de mis pasos, os dejó marcado en secreto aquel que fue mi primer canto.
Muse – The Dark Side
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