
Estaba ella sentada en una nube rosa, de esas tan esponjosas que se forman al ocaso, cuando el cielo limpio de verano la marca con los últimos rayos de sol. Llevaba un biquini a rayas, pamela ancha del mismo color de la nube y su caña de pescar, hecha de bambú, de hilos de escarcha como nailon y de anzuelo un ramo de pensamientos silvestres, ideal para pescar sueños húmedos a finales de junio.
A lo lejos lo vio pasar, cautivando el horizonte con su baile y destruyendo cúmulos a su paso. En su cadencia imposible brillaban sus escamas perladas, de un azul pálido de escarcha helada, que contrastaba con el abrasador violeta, fuego de su mirada. Largo como un día sin noche, volátil como diente de león, el sinriu andaba aproximándose veloz cuando ella soltó la caña y sin pensarlo saltó al vacío.
Resbalando por las escamas de la enorme criatura, ella fue a parar a uno de los cuernos de ciervo que le asomaban en la cabeza al sinriu, agarrándose fuerte para no caer. Fue entonces cuando reparó en la existencia de ella.
– ¿Qué haces en mi cabeza humana? ¿Qué quieres de mí?
– Quiero que me concedas mi deseo.
– ¿Quién te ha dicho que puedo conceder deseos?
– Es lo que cuenta la leyenda.
– ¿Quién te ha dicho que la leyenda sea cierta?
– ¿Me vas a conceder mi deseo?
– Para poder usar mi magia tienes que atraparme.
– Ya lo he hecho, te tengo atrapado.
– Más bien, te tengo atrapada yo a ti ¿Qué es lo que quieres? ¿Riquezas? ¿Amor?
– Quiero volar. Así, como tú lo haces.
– ¿Cómo es posible que hayas llegado hasta aquí, pero no puedas volar?
– Pues no, no puedo.
– Humana, solo tienes que quererlo hacer.
– Ya quiero, no puedo.
– Para poder volar solo tienes que darte cuenta de que en realidad estás soñando.
Incubus – Aquerous Transmission
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.