
El sudor bajaba por su frente.
Su corazón latía rápido.
Su corazón, golpeando fuerte su pecho, estaba en otro lado, aunque en el centro de la plaza, donde los turistas se agolpaban para ver las murallas. Su corazón y su mente estaban en su hogar, con los suyos.
Amira tiene ocho años, Abdel doce, y los cuidan sus abuelos. Su marido Daim murió en la frontera, en una operación militar invasora, que se descontroló y afectó a la población civil, dejando hogares vacíos, familias rotas y el cielo lleno de almas confusas pidiendo justicia.
Eso fue lo que querían ofrecer aquellos que le comunicaron la muerte de su esposo. Ella no creía en la justicia, tampoco en la divina. Creía en un futuro incierto para sus hijos, en los disparos desde la frontera, en el miedo del ruido de las balas cerca de los colegios.
Y en los hospitales llenos.
También creía en el fervor de su alrededor y en la necesidad de los suyos. En que, si lo hacía, no les faltaría de nada.
Nunca más.
En una oración.
Apretó los dientes.
Y explotó todo.
En la terraza de la suite de un hotel cercano, arropados por la seguridad del recinto, la ostentosa decoración era testigo de la mano que movía el peón.
El caballo fue retirado.
Alpha Blondy – Jerusalem
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