
A pesar de la tristeza de Vega, a sabiendas de que no era un «hasta nunca», más bien un «nos veremos pronto», ella sabía que la marcha de Willy, marcaría no solo una despedida de su amigo, sino un adiós a la niñez.
Ella forjaba su futuro enfocada en sus estudios y, aun en el mejor de los sitios, prepararse para xenobiologa era duro y desconcertante. Su amigo Willy dio prueba de ello. Con la ayuda de otros estudiantes, lograron probar que el grado de inteligencia de este ser, nativo del planeta Kepler, era similar al de los humanos. Vivían en comunidades de iguales y formaban clases y estamentos sociales.
Lo que más diferenciaba a nuestras dos especies era su reproducción. Los kcepalominidos u hombres calamar, como lo llamaban coloquialmente, no tenían sexo, o no de manera definida. Todos o casi todos podían procrear.
En sus encuentros sexuales, que los tenían a pesar de no tener un género como tal, iban intercambiando material genético. Lo más sorprendente, elegían la cualidad que querían del contrario, intercambiaban genes hasta que, una vez completa la célula primaria, que era un gameto vacío de contenido genético. Una vez que existía un genotipo completo, se empezaban a dividir.
Tener descendencia en esa especie era todo una aventura, hasta tal punto que ellos no formaban parejas, hacían una comunidad de varios individuos, que criaban y educaban a sus hijos en común. Formando aldeas, que intercambiaban material genético específico con otros aldeanos por necesidad.
Willy sintió la llamada de su instinto esa primavera, y se lo comunicó a Vega, de aquella forma en que aprendieron a comunicarse después de tantos años, con pocas palabras y algunas miradas.
Ella, mirando fijamente las estrellas de su mundo natal, que eran distintas a las que contemplaban sus padres a su edad, comprendió la importancia de la marcha de su amigo.
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