
Tras hora y media de intensos ejercicios, Andrés paró en la cafetería del gimnasio, dispuesto a tomar un sorbo del estímulo necesario para empezar la mañana con energía. Hacía poco que se había apuntado allí y quedó impresionado por lo elegante de las instalaciones y lo innovador de las máquinas de ejercicio.
– Buenos días, café solo por favor.
– Buenos días, ¿desea algún tipo de endulzante?
– En verdad no soporto el café amargo, pero tras el gimnasio me da remordimientos.
– Veo que usted lleva el tatuaje.
– Sí, me preocupo mucho por la salud y creo que es el complemento perfecto.
– Entonces, si me lo permite, le voy a poner el café perfecto.
El camarero, en un instante, volvió con una pequeña taza de diseño con el preciado líquido negro y un sobre con el logotipo del local.
– Pero yo no quiero tomar azúcar.
– No es azúcar, pruébelo, no es nada que sea dañino para su salud.
– No huele a nada.
– Pruébelo, confíe en mí.
Con recelo, se llevó a la boca la moderna taza. Al primer sorbo no sabía a nada, a agua caliente como mucho, pero al poco empezó a percibir el aroma y el sabor a la vez. Nada espectacular, solo café bueno de cafetería, con el dulzor típico de azúcar de caña en su justa medida. Él pensaba en un arábico con su tueste correcto hecho en esa cafetería italiana que tan de moda estuvo en su paso por la universidad.
– Pero esto es genial, qué sabor tan increíble ¿De verdad que no lleva azúcar?
– En verdad no tiene ni azúcar ni café, es más bien agua con un ligero espesante para conseguir la textura. Quien le da toda la magia es el dispositivo de su brazo. El tatuaje consigue lo que aquí llamamos sabor neuronal, le dice a su cerebro qué sensación debe tener al tomar el líquido.
– Ah, entonces es de lo más inofensivo.
– Inofensivo para su salud, pero algo adictivo.
Massive Attack – Inertia Creeps
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