
Al anochecer se quedaba sentada en el pasillo, blanca como la espuma de las olas del mar rompiendo, serena como la manecilla corta del reloj de pared, Delilah, la gata, se quedaba custodiando la esquina durante al menos una hora, si más que hacer que proyectar su verde mirada sobre una minúscula grieta en la pared.
Al principio no le di importancia, pero sé que el instinto felino oculta secretos que los hace sabios, así que empecé a preocuparme. Me quedaba observando, junto a la gata, la grieta que se formaba en la pared. En poco tiempo empecé a percibir una amenaza, algo tenebroso que se desprendía de esa esquina del pasillo, derramando oscuridad al aire como una nube cargada de lluvia.
Esa noche Delilah había faltado a su cita y sola quedé en el pasillo mientras los rayos de sol se ocultaban en el horizonte. La grieta de la pared empezó a supurar humo negro, que caía en cascada, depositándose en el suelo como lava negra escupida de un volcán. Avanzaba espesa sobre las baldosas blancas, ensuciándolas al contacto con un rumor alquitranado, susurro de palabras, de símbolos extraños que quedaban grabados al pasar.
Al ir acercándose aumentaba el cuchicheo hasta convertirse en cánticos, que se dirigía a mí convertidos en una espesa niebla negra, avanzando lentamente. A ritmo del creciente miedo que me invadía, fui retrocediendo hasta acabar arrinconada en la pared contraria. De la espesa humareda fue formándose un largo brazo con una garra negra de dedos afilados, que tanteaba el suelo, buscando palmeando y arañando, infectando todo lo que tocaba de su sucia lobreguez, hasta que cerca de mí paró mientras mi respiración se desbocaba.
De la ventana saltó iluminándolo todo. La pequeña Delilah parecía tener alas, y a la velocidad de la inercia de un salto llegó a mi lado. Su zarpa inquieta atravesó la palma de la garra de humo, entonces abierta, disolviendo con aire su negrura, haciendo retroceder la sucia marea que la alimentaba hasta quedar dentro de la grieta de la pared, donde nunca tendría que haber salido.
Siempre he pensado que la gata me daba paz, al sentir su ronroneo acariciarme en las noches de frío, al escuchar sus leves pasos por la mañana, al despertar, o las tardes de lluvia, con su revoloteo frente al cristal de la ventana. Ahora también me hace sentir querida y segura. Delilah no es solo mi amiga, sino también es parte de mi familia.
The Jesus and Mary Chain – Darklands
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.