
Era tan difícil, la oveja no se estaba quieta y Lila, con sus pequeñas manos atrapadas en su piel lanosa, se le hacía complicado el trabajo de esquilar, sin mas medios que unas tijeras, ademas bastante arriesgado. Habían evolucionado el sistema de silbatos para adiestrar a los perros, que hacían posible dirigir al ganado. Estos canes también eran peligrosos, pero una vez instruidos eran un aliado imprescindible. Estaba el sistema de poleas para poder canalizar a los bovinos y atraparlos en pequeñas jaulas, donde poder manejarlas mientras dura el esquilado. Pero no todas las ganaderas podían permitirse uno y para construirlos se necesitaba maquinaria compleja y pesada.
«Quizás algún día», pensaba Lila sentada en el tejado. Tras terminar la jornada, se relajaba contemplando el amanecer, antes de subir a su hogar en el árbol y descansar. Las dos lunas estaban en cuarto creciente, la grande y blanca milenaria, casi llena, esplendorosa. La azul y más pequeña, con ese reflejo metálico que la caracterizaba y que la hacía extraña en el cielo. Las ancianas decían que ese satélite lo habían construido los dioses, los que habitaban antes y dejaron ciudades en ruina.
En algunas cámaras, en los lugares sagrados, había restos de libros antiguos, en escritura primigenia, donde hablaban de fabulosos viajes más allá de nuestro sol. Ellos dejaron también pequeños libros para enseñarnos a leer sus signos y poder así investigar el uso y la construcción de sus maquinarias. Lila tenía la esperanza de poder conseguir algún tipo de ingenio para que su trabajo con el ganado no fuera tan arriesgado.
Se sabía que los dioses eran mucho más grandes, tenían dos brazos enormes con los que podían inmovilizar una oveja sin necesidad de ningún aparato, pero tenían un artilugio con el que podían esquilar a decenas de ovejas en una sola jornada.
Lila se sentía pequeña, con sus minúsculos brazos y su alargado cuerpo. Elio, su compañero, era mucho más grande, casi media el doble que ella, pero, los antiguos habitantes sagrados medían cuatro veces la longitud de él erguido. Curioso era, que estos seres divinos caminaran siempre así, que sus piernas y brazos fueran tan largos, que carecieran de cola y que no tuvieran casi pelo.
Lo que sí sabía, gracias a un aparato que se había descubierto hace poco tiempo, es que nosotras habitamos junto a ellos, de una manera más primitiva. En dicha maquina se habían capturado imágenes en movimiento, en las que ellos hablaban con una de nosotras, con sus hijos agarrados fuerte en su espalda, con la expresión de su cara llena de temor. Eran palabras amables, se podían entender “madre, encantadora y déjala marchar”, también se podían comprender palabras como, “fuera y largo de aquí”, que, aunque amenazantes, no parecían llevar odio, ni enfado.
Las estudiosas cuentan que antaño, nosotras vivíamos junto a los dioses, gozando de su cuidado y su amor, pero nuestros machos, se rebelaron contra ellos e intentaron herirles con sus afilados dientes. Como castigo nos dejaron aquí, en el mundo, hasta que nosotras mismas seamos capaces de viajar al paraíso. Desde ese momento, los machos llevan el pecado en su lomo y por eso no tienen el don del raciocinio como Lila y las demás hermanas zarigüeyas.
Incubus – Megalomaniac
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.