
De nada vale un nombre en brazos de Oniros, es algo inútil, que cuesta pronunciar en el fluido eterno de la materia durmiente, que se deforma en colores inexactos y resbala al llevarlo encima, quedando el distintivo vacío en el bolsillo de la camisa.
Más valioso son los adjetivos, pero también son mutables, en circunstancias te sientes pequeño, siendo descomunalmente enorme y valiente, agazapado bajo la manta, esperando el paso del espectro, que tan solo quiere su beso de buenas noches porque te echaba de menos.
Si te distingues por lo que haces debes saber, que aunque queramos llevar nuestros hilos, somos títeres en el mar del hipocampo, que se alimenta de la corteza arrugada, lugar donde se proyecta en diferido, tu temor a los ladridos de aquel perro negro, que solo quiere ser cachorro y agradar a su dueño y la felicidad de la danza, que todo lo olvida entre rotación y armonía, al son de las oraciones místicas relatadas por su guitarra.
Si algo te identifica en alas del descanso, la esencia de poesía de tu ser involuntario, del parloteo de ancianas y sus largos cuentos de arrullo, que te hacían permanecer despierto a pesar de su murmullo. De tu corazón cosido por los labios del destino, que llorando se fue a vivir su delirio lejos de tu mundo. Del temor al puño enorme de aquel triste niño desesperado, que cabalgaba envenenando sus venas, con tu dinero secuestrado.
La verdadera alquimia de Morfeo es que tú eres su arquitecto, se alimenta de escuchar tus secretos, cuando en tu mente irrumpen, aun cuando los abandones en la repisa de tus deseos más oscuros, de tu templo preso, que tan solo dejándote llevar podrás saborear el fluir de los sueños.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.