
La oscuridad invadía el bosque lentamente, envenenado de oscuridad a los retorcidos árboles que enraízan en él. Sabía que era la hora correcta, cuando las alimañas salían a cazar, que es justo lo que precisaba, encontrar una en especial. La más terrible y detestable de todas.
En ese tronco de secuoya podrida tenían su nido, era una criatura que nunca iba sola, se concentraban en un enjambre letal, tendría que aislar una, y hacerlo en silencio, para no llamar la atención a las demás. Las llamaban arañas de fuego verde, aunque quizás se parecía más a una mantis religiosa del tamaño de un dogo, que escupía un espeso fluido verde iridiscente que descomponía la materia orgánica en pocos segundos.
En el agujero del podrido árbol había dos de ellas, haciendo guardia, protegiendo a su reina. Daba igual, solo necesitaba una, así que se dispuso a usar un cebo. En la mochila llevaba un grueso muslo de saurio de las estepas en avanzado estado de descomposición, a las arañas les gustaba así. Y con su fino olfato de insecto, la criatura más cercana, se dispuso a descubrir y engullir su manjar.
No se lo imaginó tan fácil, tras asomarse a los arbustos, de un tajo violento con la espada, le cerceno la cabeza al bicho, guardándola con rapidez en su mochila antes de que otro depredador quisiera dar cuenta del reclamo.
Al subir la mirada descubrió que era tarde, un lobo huargo negro de mirada azul centelleante se acercaba lentamente enseñando sus blancos y afilados dientes. Preparó la defensa esgrimiendo su espada, cuando el cánido se le abalanzó, esquivó de un salto lateral la embestida, rozando a la bestia con el filo de la hoja del arma.
El animal enfurecido cargo de nuevo, pero el cazador ya había preparado un conjuro rápido que paralizó al monstruoso lobo, le hubiera dado tiempo a huir si no fuera porque la otra araña guardiana le estaba cortando el paso y tuvo que esquivar su veneno rodando hacia la izquierda.
Al girarse, el huargo había salido del letargo del hechizo y le obligó a tirarse al suelo para eludir su ataque, encontrándose de frente con la otra alimaña que defendía su terreno, así que el batidor aprovechó para huir raudo hacia la salida del bosque, dirección a la cantina de la entrada del pueblo que es donde le esperaban con ansia.
Al entrar buscó una mesa ocupada por un señor regordete, vestido en sedas marrones y verdes, que puso expresión de alegría al verle.
– Ah, Ya estás aquí, maravillo – Dijo mientras el cazador se estaba frente a él y depositaba la cabeza del insectoide en la mesa. – aquí tiene veinte piezas de oro como habíamos acordado.
Con delicadeza, el señor clavó un artilugio entre los quelíceros del trofeo, drenando el líquido verde venenoso en un bote transparente, aisló una sola gota del ponzoñoso fluido que derramó en el aguardiente que tenía preparado en una copa, cuya solución empezó a hervir transmutando en un color rojo carmesí. De un solo trago se bebió el burbujeante brebaje y con una expresión de somnolencia dijo
– Estoy muy agradecido, esto es una de las pocas cosas que me hace sentir en paz con el mundo.
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