
Querida amiga.
Hace tiempo que espero incansable saber de ti. Malditas las circunstancias que nos separan, que consiguen que mis letras y las tuyas caminen despacio, distantes e imprecisas. Tanto, que desespero en el momento de ver tu remite, en lugar del afecto que procesa el sobre del hogar del dinero.
Todavía conservo aquella estampa que me regalaste, la llevo siempre encima, cuando me voy a dormir, en silencio, le susurro. No en una plegaria desesperada, mas bien como quien murmura secretos al oído pidiendo la complicidad de una mirada. A la hora que el gallo conjura estridente los rayos de luz a mi ventana, la recojo de su lugar seguro, debajo, al calor de la almohada, la beso y a buen recaudo, en mi cartera, peregrino con ella en mis quehaceres diarios, sintiendo su presencia, siempre, en mi pecho.
Quien quiere conocerme piensa que es devoción, pero la realidad es otra, que hace que mi sangre hierva roja en mis mejillas, y una presión en los labios que suplican ser saboreados con la voracidad de un lobo hambriento de ganado o de un erudito la necesidad curiosa del verbo.
La oscuridad de mis pensamientos mancha el brillo de luna llena de mi tesoro, pero en el fondo, sin saber por qué, yo siento que es también su deseo, que su virtud intacta sea borrada por la yema de mis dedos en lo que dura un sueño, de sudor en sabanas limpias aquellas noches de verano.
Espero que pronto, por el azar o el destino, crucemos de nuevo nuestras risas al caminar y que pueda a tu lado, recorrer el sendero que nos lleva a mi casa y hagas mías tus aventuras allá lejos. O al menos que sean de tinta tus palabras y lleguen a mí pronto, cruzando el puerto.
Un abrazo enorme,
con amor.
Virginia S.
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