
Al principio no se lo creía, veía su nombre, Juan Martínez Costa, en la lista de la pantalla, pero no reaccionó hasta que le mandaron la felicitación a su correo electrónico. Había sido uno de los primeros elegidos en el primer trayecto interplanetario hacia Koi 6425, ese planeta que los visitantes llamaban Kouru, que en su lenguaje significaba hogar.
Los visitantes llegaron hace tres años, después de mucho tiempo siguiendo un protocolo de aproximación en fases, se tomaron el primer contacto con calma para que nos acostumbremos a la idea de que compartimos universo con otras civilizaciones. Una vez llegaron se volcaron en nosotros, exhibiendo su tecnología e inspirándonos con su filosofía de vida.
Para que algunos humanos pudiéramos visitar Kouru crearon un sorteo al respecto. Todo aquel que quisiera podía participar, con las mismas oportunidades. Comprando un boleto de lotería cuyos beneficios sería destinado a la infraestructura del cometido y a un precio muy asequible, apto para todos los bolsillos,
Los nervios de Juan estaban a flor de piel mientras subía por la pasarela de la nave interestelar que cariñosamente la habían bautizado OVNI, los pasajeros, para aminorar costes, se habían comprometido a ejercer como tripulantes, según capacitación se les pediría ejercer diversos tipos de tareas. Ahora nuestro protagonista bajaba por la pasarela que conducía a la zona de máquinas, donde había sido asignado.
Juan quedó asombrado al encontrar infinidad de asientos con una serie de pedales giratorios por cada puesto donde cada operario se centraba en el constante pedaleo para generar energía por movimiento, todo bajo la supervisión de unos extraterrestres con caras de pocos amigos y grandes motivadores en forma de vara de descargas.
Mientras tanto en el puente de mandos.
– Te dije que era fácil encontrar mano de obra barata en este planeta.
– Y todavía están contentos, nos vamos a llevar bien con estos humanos.
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