
Andaba deprisa por el estrecho camino, pues era consciente que me perseguían. Sabía qué extraño tipo de criatura era y cómo había conseguido mi rastro, también que tenía que hacer para escapar de ella. Lo que no sabía es cuál era la fuente de mis conocimientos, así que me limite a huir con cierta calma y serenidad.
El Reptilupusforme era una criatura híbrida de desconocida procedencia, en parte lagarto, en parte lobo y con ciertos matices humanos, un feroz cazador que cuando se encaprichaba con una presa no descansaba hasta apresar y devorar a la víctima. Aunque no lo había visto nunca, yo sabía que forma tenía, un perro con escamas y con morro de cocodrilo que podía caminar tanto erguido como galopar como un caballo. Astuto como un zorro y ágil como un felino, y, sin embargo, había algo que me decía que no me tenía que preocupar, que sabría enfrentarme a él.
El camino terminó en una escalera de caracol que subía hacia las nubes, subiendo, en la propia nube atravesada por los peldaños había un bosque tenebroso, dentro del bosque, entre los retorcidos árboles, una ciudad, y entre los edificios me encontré en un callejón sin salida. No hacía falta volverse, sabía que la criatura había llegado, estaba tras de mí con su mirada desafiante, enseñando sus afilados dientes. Estaba en la misma situación que había pasado miles de noches en mis pesadillas.
Fue entonces cuando me di cuenta, estaba en el mundo de los sueños, dormido felizmente en casa. El monstruo me miró sorprendido y le dije;
– Sabes que no me puedes hacer daño, ¿no? Estás en mis sueños.
Como si de un decorado se tratase empezó a venir gente y empezaron a desmontarlo todo, los cubos de basura, las paredes de los edificios, los automóviles que había aparcados, se llevaron hasta el gato que había sentado encima del muro. Detrás de todo ello había una luz espesa, brillante, de muchos colores que lo envolvió todo. Era la esencia del reino onírico.
– Y ahora, ¿qué hacemos? – Dijo el monstruo flotando en el aire, se le había quitado la expresión de ferocidad, ahora parecía hasta simpático.
– ¿Sabes jugar al ajedrez? – Le dije yo, creando un tablero gigante de la esencia de mis sueños.
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