
La noche derramaba su helado perfume y la luna llena acariciaba mi rostro. Me había destapado, girando inquieto, mientras soñaba en no sé qué misterioso enredo del laberinto de tu mente, que me dejaba la piel erizada y el aliento brumoso.
Al son de cascabeles me desperté, sintiendo un calor intenso y allí estaba ella, encima de mí, apretando sobre mi piel. Con el musical ronroneo que se convertía en un canto de sirena, que prometía lanzarme al arrecife más cercano para devorarme sin más contemplaciones que la que permite la pobre iluminación de la noche.
– ¿Qué haces aquí?
– Solo vine a comerte, no seas bobo y déjate hacer.
Sus ojos verdes de pupila elíptica estaban clavados en mí, y no era lo único. Ataco mi cuello con su boca, clavando sus colmillos con delicada fiereza, haciéndome cerrar los ojos con fuerza, en parte por dolor, en parte por placer, incorporándose al rato para dejarse ver, curvas imposibles y una melena lacia, con vida propia gracias al movimiento de su cuerpo. Lo que más llamaba la atención eran sus orejas, de punta sobresaliendo entre su pelo y una ondulante cola que movía salvajemente mientras me acariciaba el pecho.
Sus manos, su boca, su cuerpo, se movían a la vez agarrados a mí, sin dejarme reaccionar, sin facilitarme el movimiento, más que sexo quería poseerme en cuerpo y alma. Como la depredadora que era, jugaba con mi espalda, me empujaba y me apretaba para dejarme claro quién era la presa hasta que conseguí deslizarme entre el húmedo delirio que hizo curvar su espalda y abrir la boca lanzando un conjuro de habitantes del tejado rondando a las estrellas.
Me miró fiera, desafiante, embistiendo con fuerza mientras lo hacía, queriendo partirme a la mitad con sus movimientos, mientras yo rezaba por que no terminase el momento ella forzaba el fin, en un ondular de caderas, enseñando los dientes con furia y arañándome el vientre mientras yo sangraba de placer.
Se acurrucó a mi lado, descansando, dócil, como el disfraz de cordero de un lobo hambriento, con su musical ronquido felino y la caricia de sus caderas.
– ¿De verdad eres real?
– No, tonto, tan solo soy tu fantasía.
Replica a El Onironauta Cancelar la respuesta