
Silueta de brillo de luna, ritual de verano en batalla contra las olas del mar, de espuma salpicada de rostros alegres buscando y yo que no encontraba hasta que me crucé con tu aroma rozando mi piel y perdí la intención de acechar la marea y enloquecí por probar el sabor de mar que empapaba tus labios.
Verdes eran, brillando con el 23 de junio reflejado en ellos, el mismo de la hoguera con la que nos calentábamos, que no hacía falta, tenías ese efecto en mí. Mojados en un conjuro de amor eterno, entre risas de aire helado, me ofreciste una parcela en tu toalla y yo a ti el espíritu fatuo que quemó tu garganta, relajó tu inquieta mente e hizo brillar tu mirada.
Tu tarareabas aquella horrible canción, yo palpitando cada vez que me acercaba a tu oído, tintineo hilarante de mis chistes malos, botella cansada de tanto trago, yo soñaba beber de tu boca tu añorabas sentir mis brazos, aquelarre a saltos alrededor del fuego, excusa perfecta para agarrar tu mano y derribarnos los dos a orillas de la lumbre, asándonos a fuego lento, a caricias escondidas a lo lejos.
Tú me contaste del frío con el sol a lo lejos, pidiendo un abrazo, yo no dudé un segundo en abordar tu piel y comer de tus besos. Mientras moría la noche en la playa y nos quedamos solos cosiéndonos a caricias, olvidándonos del resto.
Me tengo que ir, estropeó el momento de querer seguir sintiendo algo más que afecto. Y me quedé sin tu voz, sin el sabor de tu piel, sin la promesa de un ya vuelvo. Al humo de la mañana solo encontré el viento, que se llevó el hechizo de tu verde mirada y la transformó en recuerdo.
Blasfemando tu canción volviendo a casa, te vi de lejos huir de la mano de un caballero andante motorizado, de brillante armadura Armani y de besos profanados.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.